Es una locura. Sí, lo es. Pero a menudo las mejores ideas fueron, en su germen, una auténtica locura. Puede que los adelantamientos en Mónaco sean sustancialmente menores que en otros circuitos. Puede que eso nos brinde carreras aburridas. Puede que eso frustre a quien quiere ver luchas codo a codo, rueda contra rueda… Pero todo se justifica por la belleza plástica del lugar. Ni Abu Dabi ni Valencia ni Singapur tienen un trazado y un ambiente como éste. Ni siquiera Shanghái, Bahréin o Austin. ¿Anticuado? Puede. ¿Peligroso? Desde luego. Pero, también, técnico como ninguno. De acuerdo, seamos francos: aquí el dinero manda; si no lo hubiera, no habría carrera. Y, por Dios, durante el fin de semana nos cansamos de escuchar hasta la saciedad la palabra glamour, un invento para justificar una botella de agua mineral a seis euros. Resulta chocante en plena crisis ver a los dueños de la riqueza presumir delante de la televisión, con sus yates y cochazos. Y sí, desde luego, este circuito es un procesionario.

UN ACIERTO Y UN ERROR

Pero quien contempla un gran premio en Mónaco no lo hace para ponerse al día en el maravilloso mundo del yate. Ni para ver adelantamientos constantemente, sino para apreciar los que se produzcan como si fueran perlas en un inmenso océano. Lo que realmente le gusta al aficionado que ve la carrera desde casa es el trazado, no todo el tinglado que probablemente nunca podrá vivir en sus propias carnes. No es imposible adelantar, simplemente es infinitamente más complicado en que los circuitos convencionales, donde las nuevas escapatorias de asfalto no penalizan ningún error. Aquí sí: Mónaco no perdona, y por eso distingue a los buenos pilotos de los mejores. Además, el simple hecho de ver a un bólido de la máxima especialidad automovilística correr por estas calles estrechas, reviradas y traicioneras es un espectáculo que no necesita más condimentos. Mónaco es una locura, un error, un éxito, un fracaso, un acierto, una maravilla, un atrevimiento, una excentricidad… Lo es todo al mismo tiempo. Y es que las locuras no pueden razonarse. Pero ¿cómo surgió?

EL NACIMIENTO DEL AUTOMOBILE CLUB DE MÓNACO

En 1890 un selecto grupo de ciclistas entusiasmados fundó en Mónaco la Sport Vèlocipèdique Monègasque (SVM), es decir: la Asociación Monegasca Deportiva Ciclista. Con el paso del tiempo y el auge de las competiciones del motor, la asociación se transformó en la Asociación Deportiva de Ciclismo y Automóviles, ya a comienzos del siglo XX. Sus miembros aumentaron y también las competiciones y carreras que organizaban.

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Bandera del Automobile Club de Mónaco

El presidente de la asociación era Alexandre Noghès, y el 29 de marzo de 1929 informó a los 55 miembros de la Asociación durante una reunión extraordinaria que "debido al crecimiento del club, su nombre debería cambiar al de Automobile Club de Mónaco (ACM)." Alexandre aseguraba que el ciclismo era "cada vez un deporte menos común." 49 votos secretos a favor, frente a sólo cinco en contra, hicieron posible aprobar la propuesta de Alexandre.

EL PROBLEMA

Ahora como club automovilístico, el ACM aspiraba a formar parte del Association Internationale des Automobile-Clubs Reconnus; algo así como la Asociación Internacional de Club Automovilísticos Reconocidos (AIACR), germen de lo que hoy es la FIA, por lo que tratar de formar parte de ella era crucial para la ACM. A Anthony Noghès, hijo de Alexandre y Comisario General de la ACM, se le pidió que llevara la solicitud a París. Pero regresó frustrado con las manos vacías: le rechazaron al considerar que ningunas de las pruebas organizadas por la ACM tenía lugar en territorio monegasco. Los miembros se desilusionaron, y el futuro de la Asociación estuvo en el aire durante varios años. Ese podría haber sido el fin del Automobile Club de Mónaco.

LA SOLUCIÓN

Pero, lejos de desertar, y viendo que el club de su padre estaba en peligro, Anthony (que tenía 35 años) tuvo una idea: ¿quieren una carrera en territorio monegasco? Pues la tendrán: en pleno centro de la ciudad. Todos le miraron extrañados, y más de uno guardó un silencio incómodo. ¿Se había vuelto loco? En las calles del Principado había gasolineras, raíles de tranvías entre La Condamine y el Casino, un peligroso puerto, un túnel, adoquines… Pocos creyeron en ese proyecto, que parecía poco menos que una utopía. Anthony tardó dos años en darle vueltas a todos esos problemas y diseñar un plan. Pero no le convencía. Así que, completamente obsesionado, le propuso el proyecto a alguien muy especial: Louis Chiron, el popular piloto de la época, nacido en el mismo Monte Carlo. Louis quedó entusiasmado con el proyecto de Anthony, y le apoyó desde el inicio. Juntos diseñaron el trazado que prácticamente se ha mantenido idéntico hasta nuestros días. La locura parecía un poco más cuerda.

LA PRIMERA CARRERA

Sólo seis meses después de los últimos retoques, el Príncipe de Mónaco se paseó en un Voisin Torpedo pilotado por el director de carrera, Charles Faroux. Quien no pudo estar presente fue el propio Chiron, pues el joven estaba en Norteamérica disputando las 500 Millas de Indianápolis (terminó séptimo y, junto con el francés Jules Moriceau, fue el único inscrito foráneo). Era el 14 de abril de 1929, y ocho Bugatti, tres Alfa Romeo, dos Maserati, un Lincon y un Mercedes tomaron la salida, que no se situaba donde hoy la conocemos, sino en la parte posterior, en la actual zona de la Piscina, que anteriormente era una larga y suave curva desde Tabac hasta lo que hoy es la curva "Anthony Noghès". Con el paso de los años, el hombre le fue ganando metros al mar y el puerto se fue ampliando. En 1929, sin embargo, el agua llegaba más adentro; la actual "Piscina" quedaría dentro del mar, y la pista en sí también. La recta de meta y la contra-recta estaban separadas por poco más de cinco metros. Y nada de elementos de protección: entre los dos tramos de la pista sólo estaban las farolas, los bancos y las jardineras (con árboles incluidos) del paseo marítimo monegasco.

EL ANTIGUO TRAZADO

La primera frenada era el Gazómetre (el Gasómetro), una cerradísima horquilla de 180º muy interesante, pues la pista se ensanchaba generosamente, propiciando adelantamientos y trazadas alternativas. Un punto muy espectacular de la pista que desapareció en 1973 para dar paso a "La Rascasse", más estrecha y menos interesante. La salida del Gasómetro adentraba a los pilotos en la actual línea de salida (lo ha sido desde 1963). Santa Devota no era un embudo como hoy: no había plaza alguna, y los coches tomaban una curva mucho más suave y rápida, que hoy se correspondería al carril de incorporación de salida de boxes.

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Jo Bonnier liderando el Gran Premio de Mónaco de 1960 a su paso por Gasómetro

Beau Rivage no tenía valla de protección alguna, y los pilotos tenían que ser conscientes de que un error les mandaría directamente contra las farolas de las aceras. Loews se llamaba entonces "Virgen de la Gare", pero tenía el mismo trazado. El Túnel era mucho menos largo, quizá una cuarta parte del actual. Tabac era la última curva antes de pasar de nuevo por la línea de meta.

EL PRIMER GANADOR EN MÓNACO

La mañana de la carrera de 1929, el piloto apodado "W. Williams" se levantó muy temprano para poder realizar una prueba de entrenamiento extraoficial, pues había llegado tarde a la del sábado. Él sería el ganador de la primera carrera disputada jamás en Mónaco, al llegar primero 3 horas, 56 minutos y 11 segundos después de darse la salida.

Participó a lomos de un Bugatti 35B verde, consiguiendo una media de velocidad de 80,194 km/h tras cien vueltas al circuito. “W. Williams” era en realidad William Grover Williams, un piloto francés que ya había ganado otras carreras europeas. Tras abandonar el automovilismo, pasó a ser miembro de la SOE (Special Operations Executive), una organización de espionaje implicada en la Segunda Guerra Mundial para luchar contra las Potencias del Eje. En 1943 fue capturado por los nazis y, tras pasar varios años secuestrado en un campo de concentración, fue ejecutado a principios de 1945. También existe una teoría que asegura que pudo escapar y sobrevivir con un falso nombre, aunque nunca ha sido ratificado.

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Monumento a William Grover Williams, primer ganador en la historia del circuito de Mónaco

ARRANCA LA TRADICIÓN

En cualquier caso, Anthony había conseguido su carrera monegasca, y ya podía inscribir a la ACM en la AIACR. Objetivo cumplido. El público se había quedado prendado por el ruido de los coches en las calles, subiendo y bajando las avenidas, derrapando en las curvas, tomando las esquinas de la ciudad y viéndolos a toda velocidad con el puerto de fondo. El éxito de la carrera fue tal que se repitió ocho años consecutivos. Louis Chiron pudo ganar en su propio circuito en la tercera edición, en 1931, a lomos de un Bugatti. En 1932 el numeroso público aplaudió a Malcom Campbell (que recientemente había roto el récord de velocidad en tierra con su famoso Bluebird, a 408,621 km/h.) cuando inauguró la prueba con su flamante Rolls Royce Torpedo negro y plateado. Esa edición la ganó el grandísimo piloto Tazio Nuvolari con un Alfa Romeo.

FANGIO, EL PRIMERO EN GANAR EN F1

Entre 1938 y 1947 la carrera se suspende por los problemas económicos y la situación política internacional. Pero el 16 de mayo de 1947 los coches volvieron al asfalto de Monte Carlo. El año que murió el Príncipe Luis II, 1949, la carrera fue suspendida como señal de luto. La siguiente carrera (1950) sería la primera de lo que hoy llamamos Fórmula 1. Era la segunda prueba de dicha especialidad, tras el famoso Gran Premio de Inglaterra de Silverstone. Una segunda carrera que vio el primer accidente múltiple de la historia de este deporte, cuando una gran ola sobrepasó el parapeto del puerto en Tabac y empapó el asfalto justo cuando llegaba el pelotón en la primera vuelta. Nueve pilotos (incluido Nino Farina) chocaron. Fangio pudo librarse y ganó la carrera, la primera de F1 en Mónaco tras 100 vueltas y 3 horas, 13 minutos y 18 segundos de competición. Esa fue la primera victoria del argentino en Fórmula 1. Louis Chiron llegó tercero; su mejor resultado en el Campeonato Mundial.

ANTHONY NOGHÈS, OBJETIVO CUMPLIDO

En 1951 no hubo carrera debido a problemas económicos. En 1952 se disputó el campeonato mundial con coches de Fórmula 2, y en Mónaco corrieron Sport Cars, por lo que la carrera no fue puntuable. Los dos años siguientes tampoco hubo carrera. Pero en 1955 el Gran Premio de Mónaco puntuable para el campeonato mundial de Fórmula 1 regresó al circuito urbano por excelencia, y desde entonces no lo ha abandonado. Anthony Noghès temía a principios del siglo XX que el club formado por su padre muriera. Hoy, 84 años después de la primera carrera organizada para salvar a la ACM, la Asociación sigue operativa, cuenta con cinco mil socios por todo el mundo y organiza otras competiciones de diversas categorías. El sueño de Alexandre Noghès, su asociación, ha sobrevivido gracias al sueño de su hijo: una carrera en Mónaco. Y ambos sueños son hoy sendas realidades que mueven los corazones de millones de aficionados en todo el mundo. Y es que a veces, aunque no lo parezca, las locuras son buenas ideas.

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Anthony Noghès, primer artífice de la historia del Gran Premio de Mónaco