Tanto el Abarth 500 como el Suzuki Swift Sport buscan concentrar en menos de cuatro metros las mayores sensaciones de conducción posibles aunque, eso sí, por caminos distintos.

El italiano es un auténtico capriccio, mientras que el japonés tiene un carácter algo más funcional. Ambos también plantean diferencias en sus motorizaciones, dado que el Abarth emplea un propulsor turboalimentado y el Swift recurre a un bloque atmosférico. Sin embargo, a pesar de estas importantes salvedades, ambas opciones se dirigen a un mismo tipo de público y buscan, más que nada, diversión al volante y unas ciertas dosis de exclusividad por un precio ajustado.

El 500 retoma la imagen y agresividad del Abarth 500 de los años 60, mientras que el Suzuki Swift es la segunda generación del conocido utilitario de la marca japonesa. En esta ocasión se trata de una versión especial, que incluye un equipamiento bastante completo y un acabado más deportivo que el resto de la gama.

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Sobre todo curvas

Gracias a sus dimensiones contenidas y corta batalla –algo más evidente en el caso del italiano– la agilidad en carreteras sinuosas es una de las principales cualidades de ambos modelos, que se muestran mucho más cómodos en este contexto que, por ejemplo, en autovías.

En el caso del 500 la posición no es tan equilibrada como en el Swift. Los asientos son tipo bacquet, sujetan bien y para tallas medias no resultan incómodos, pero se echa en falta un reglaje en altura más amplio, ya que el conductor queda algo elevado para tratarse de un coche con un enfoque tan deportivo. En el Swift el puesto está más integrado y resulta más ergonómico. Los asientos son menos deportivos que en su rival pero también más grandes en tamaño.

Cada uno con un estilo propio, pero ambos gracias a su estudiada deportividad, son un derroche de sensaciones

Con solo pulsar un botón, tanto el Abarth como en el Suzuki se ponen en funcionamiento. Al ralentí el segundo es más silencioso, con una ausencia casi total de vibraciones. Por el contrario, el 500 se muestra más rudo en este apartado, si bien a medida que aumentan las revoluciones los resultados se igualan, ya que la insonorización no es uno de los puntos fuertes de ambos rivales, algo que penaliza la comodidad en los desplazamientos por autovía a alta velocidad.

Por el contrario en carretera nacional, la diversión está asegurada gracias a unos propulsores muy vigorosos. El Abarth tiene un motor turboalimentado, algo que redunda en una subida de revoluciones vertiginosa. Contamos además con un botón Sport que actúa sobre la respuesta del propulsor, dirección y el control de estabilidad, que se hace más permisivo y menos intrusivo.

Por el contrario, como ya hemos comentado, el Swift monta un bloque 1.6 atmosférico pero con distribución variable que le confiere un doble carácter, con una respuesta en baja muy lineal y una entrega de potencia más contundente y diferenciada a partir de las 4.000 revoluciones.

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Reacciones vivas

Sobre el asfalto, el comportamiento de ambos modelos es sensacional. Las reacciones son vivas, sobre todo en el Abarth, con un tren trasero que se descoloca si forzamos el ritmo y una suspensiones más rígidas que en el Suzuki, que con alfalto en mal estado y revirado, se muestra más predecible y ofrece un comportamiento más homogéneo. En definitiva estamos ante dos modelos que, gracias a su bien estudiada deportividad, son un derroche de sensaciones.

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