No puede ser casualidad que Lewis Hamilton gane este año 11-1 a su compañero Nico Rosberg en su duelo por una posición de parrilla. Algo hace mejor el extravagante británico. Siempre se dice de él que a una vuelta es casi imbatible, pero la verdad es que en 2014 fue Nico el mejor Mercedes cuando se trataba de buscar la última milésima en la clasificación del sábado. Quizá sea una cuestión de seguridad en sí mismo, de confianza. El factor psicológico suma o resta centésimas, décimas incluso, y los pilotos lo confiesan cuando bajan la guardia. O quizá haya sido por pura valentía, intuición… da igual, pero puede que las Poles de Rosberg en 2014 o las de Hamilton este año hayan sido prodigios de la concentración humana digno de letras doradas en los libros de historia.

Por desgracia nunca terminaremos de saberlo, porque los pilotos descentrados se escudan en cualquier problema de reglaje, mientras los que viven su estado de gracia atribuyen todo el mérito al trabajo en equipo, un discurso que difumina casi siempre el papel de los pilotos para restarles presión. Nadie fuera de los equipos tiene suficientes datos como para revelar la verdad, y la complejidad de este deporte, para el que un mismo hecho admite muchas posibles explicaciones, está del lado oscurantista.

Qué importante sería contar con más información para conocer las proezas de los hombres, en lugar de contar penalizaciones por cambio de motor o fiar la esperanza de un resultado a una sanción postcarrera porque alguien puso literalmente un soplido menos de presión en sus neumáticos de lo que dictó una improvisada norma dos días antes.

El problema no es que la norma exista, ni que ésta se aplique con más o menos rigidez –aunque esto también podría discutirse–. El problema es que la noticia, lo destacable para el periodista, para el aficionado y para la clasificación de la carrera, fue si la sanción llegaba o no, independientemente del trabajo del piloto, del genio que empleó en cada curva o de los riesgos que asumió a más de 300 por hora. Antes, ese barómetro era público: el espectador podía captar con sus ojos cuando un piloto era más valiente que otro, porque era capaz de rozar más que otros el muro o la hierba que podría resultarle letal en caso de pisarla. Por eso Villeneuve ya era un héroe antes de morir, y Arturo Merzario todavía firma autógrafos sin un solo podio en F1.

Pero la afición no pide muerte en las carreras para distinguir al bueno del mejor, ni tampoco la piden estas líneas. Al contrario, parece un buen momento histórico para plantearse cubrir los cockpits de los monoplazas en pro de la seguridad. Tampoco se requiere una categoría monomarca porque, a igualdad de coche, los mecánicos y los ingenieros también pueden marcar la diferencia que da la victoria a un piloto y se la quita a otro. Ni siquiera una bajada de costes brutal en la categoría reina repartiría justicia, a la vista del cruel panorama que se vive en el karting, donde gastar ‘tan sólo’ 5.000 euros más por carrera encumbra a unos y defenestra a otros. Y no es distinta la instantánea en las categorías de promoción en monoplaza.

Por último, un reglamento profundamente revisado puede que mejorase algunos aspectos del deporte, pero la increíble variedad de opiniones que voces autorizadas de la F-1 han expresado respecto a la justicia de la victoria de Hamilton en Italia por 0,02 bares de presión en una goma deja claro que mínimos incumplimientos, incluso intrascendentes en lo prestacional, pueden alterar los resultados de una carrera. Y podrán, porque siempre habrá límites, incluso en las tolerancias.

Así pues, tan sólo dos elementos podrían solucionar este enrevesado rompecabezas. El primero pasa por relativizar el resultado final sin quitarle la gloria al ganador, algo poco habitual hoy pero mucho más común hace 50 años en el deporte del motor. Y esto sólo será posible si se obtiene el segundo elemento: nueva información que hoy sólo tienen los pilotos. Por ejemplo, Jackie Stewart decía que Ronnie Peterson era especial porque "cuando ibas detrás de él pensabas, en ciertas curvas, que era imposible que controlase los coletazos que le daba su coche, pero él siempre lo lograba".

Así se ganó el respeto de todos, de la misma manera que hoy, en un Drivers’ Parade de la F1, los 20 pilotos saben cuál es su jerarquía, y ésta no tiene nada que ver con sus posiciones en el Mundial. Es la clasificación del respeto, el que se ha ganado cada uno con sus habilidades, evidentes para sus colegas pero ya no para el público general ni la prensa. Pues bien, debemos volver a saberlo, debemos pensar en cómo hacer realidad la Fórmula Respeto.