Todo es relativo. Una buena noticia para alguien puede ser mala para otra persona. En el deporte, más que nunca: quizá la apoteósica victoria de un héroe nacional sea nimia para un extranjero. Siempre ha sido así, para qué negarlo. Una victoria ocupa portadas en los medios de un país y a penas es un pie de página en el resto del mundo.¿Subjetividad? Quizá. Pero no se puede negar que los dos adelantamientos de Fernando Alonso en la primera vuelta del Gran Premio de España de 2013, pasando por el exterior del curvón imposible de Renault a Kimi Raikkonen y Lewis Hamilton, fueron cuanto menos bellos. Y que la carrera de Ferrari, en honor a la verdad, se antojó perfecta. El ambiente de las gradas, el colorido de las pelouses, el griterío ensordecedor de los casi 95.000 aficionados… Eso sí que es subjetivo. ¿Y a quién le importa dejarse llevar por el corazón? La 32ª victoria de Alonso en Fórmula 1 convierte al español en el cuarto piloto con más triunfos por delante de Nigel Mansell (31). Eso sí que es subjetivo.

ROJO Y AZUL EN UN MISMO CORAZÓN

Es la primera vez que Alonso repite victoria en el Gran Premio de España (ganó en 2006), y es la primera que lo hace vestido de rojo Ferrari. Lejos queda la petición del español a su afición: “Seguid siendo la marea azul”, les dijo cuando abandonó Renault (cuyo color oficial entonces era el azul, igual que el de su tierra natal, Asturias). Pero ¿cómo privarle a la afición vestirse del color apasionado de una escudería como la italiana? ¿Cómo impedirles disfrutar del Cavallino Rampante y su contagioso calor? ¿Cómo no enfundarse sus prendas oficiales para dejarse llevar por el equipo con más historia de este deporte, exponente máximo del sueño de cualquier aficionado y profesional?

Así que el Circuit de Catalunya, en Barcelona, se tiñó de rojo. Un rojo que aun así deja sitio a quien, de todas maneras, sigue fiel al azul, y todavía despliega alguna bandera asturiana y luce alguna camiseta o gorra del color del cielo despejado. Rojo y azul, dos colores y un mismo corazón. ¿Por qué no? ¿Subjetividad? Por supuesto. ¿Pasión? También. Al fin y al cabo, son ingredientes que han alimentado esta locura durante décadas.

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Aficionados en el Circuit de Catalunya

UNA ALEGRÍA EN TIEMPOS COMPLEJOS

Las estadísticas están para romperlas; ya no se puede decir que en Montmeló no se puede ganar sin salir en las tres primeras posiciones de la parrilla. De hecho, hacía dieciséis años que nadie ganaba sin salir desde la primera fila. Pero Alonso y Ferrari han destrozado ambas maldiciones. Quinto en la parrilla en un trazado como Montmeló, tradicionalmente complejo para adelantar, no auguraba buenas sensaciones. Pero que los dos Mercedes se desvanecerían en la carrera era algo esperado, como ocurrió en el pasado.

El problema entonces era Sebastian Vettel. Pero el alemán tenía otro peor: sus neumáticos; su RB9 se los comió y nada pudo hacer para luchar ni siquiera por el podio. Raikkonen, con otra excepcional carrera de pura inteligencia, era la amenaza más cercana. Pero esa cercanía nunca bajó de los trece segundos, y el piloto de Ferrari pudo administrarla cómodamente hasta su paso por la línea de meta, frenando su monoplaza delante de la bandera de cuadros, de sus mecánicos y de toda una grada volcada con su piloto. Se ha escrito una página nueva en la historia de Montmeló.

VETTEL Y ALONSO COGEN TURNO

Alonso es el único piloto junto con Vettel que ha repetido victoria en 2013. Es curioso que entre ambos se han alternado los cuatro últimos trofeos: Malasia (Vettel), China (Alonso), Bahréin (Vettel) y España (Alonso). Es como si se hubieran puesto de acuerdo para coger turno. La siguiente carrera es Mónaco y, según esta situación casual, es turno del alemán. O quizá se rompa la norma. El caso es que este fin de semana en Montmeló, allí arriba, en lo alto del podio, Alonso se acordaba de la terrible crisis económica que ahoga a España, y no pudo menos que agradecer a los aficionados el esfuerzo extra que les ha supuesto desembolsar una cantidad de dinero que sigue siendo prohibitiva para muchos.

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Banderas de Ferrari ondeando en Montmeló

La crisis económica continuará, y ningún problema de nadie se habrá solucionado, pero al menos hemos visto a muchos sonreír y aparcar sus migrañas aunque sólo fuera por un par de horas. Ayer era 12 de mayo, y sólo algunos pocos recordarán lo que pasó un día como tal en 1957: Alfonso de Portago, el primer piloto español de Ferrari en Fórmula 1, fallecía de forma trágica en Italia. Y el recuerdo se vuelve, entonces, inevitable…

DE PORTAGO, UN TEMERARIO CON MIEDO

Dicen las crónicas de la prensa de la época que sus amigos, al enterarse de su muerte, ya se lo esperaban. Dicen que jugaba tanto con el fuego que eran conscientes de que, tarde o temprano, acabaría quemándose. O abrasándose. Dicen que tenía porte de actor de Hollywood, que dominaba cuatro idiomas, que hablaba de la muerte como quien habla de fútbol: como si tal cosa, sin mitificaciones, tabús ni miedos. Dicen que a los 18 años atravesó un puente de Palm Beach (Florida) con su avión, sólo porque el cocinero de un hotel le había apostado 500 dólares a que no lo lograría; ganó la apuesta, pero acabó en la cárcel. Dicen que era bien parecido, y se le atribuía más de un romance con famosas de la época. Dicen que le gustaba coquetear y dejarse camelar por la prensa para alimentar su propia imagen de dandi. Dicen que en cierta ocasión se negó a correr en Indianápolis porque la carrera no ofrecía riesgos reales.

Y él decía: “Me gusta el miedo. Es una droga. Cuando uno se acostumbra ya no se puede evitar". Pero no era un irresponsable: no quería matarse. Aunque muchos creían que rozaba la locura, no dejaba de ser un ser humano que apreciaba su propia existencia:Lo que más me asusta es perder el control del coche y ver que es completamente imposible hacer nada más que esperar esos segundos, completamente espantado, a que los acontecimientos se desarrollen por sí mismos”. Esa fue, precisamente, la última sensación que vivió Alfonso de Portago, el primer piloto español de Ferrari en Fórmula 1.

EL MARQUÉS INQUIETO

El marqués Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, más conocido como Alfonso de Portago, era un auténtico caballero de la velocidad. En realidad nació en Londres (Reino Unido), pero se mudó a España con sólo tres meses, y conservó la nacionalidad de su padre (su madre era irlandesa). Hijo de la nobleza y con título de marqués y conde, disfrutó intensamente de su corta vida (murió a los 28 años).

Pudo acomodarse en su acaudalada familia y vivir de las rentas disfrutando del placer de ver pasar los días sin riesgos. Pero era demasiado aburrido para él. Después de probar deportes sin riesgo como el tenis o el polo, se apuntó nada más y nada menos que a los Juegos Olímpicos de Invierno de 1956, en Cortina d’Ampezzo, en la extraña categoría del bobsleigh. Sólo entrenó un par de veces y no logró una medalla de bronce por sólo 0,16 segundos. Su amigo norteamericano Edmund Gurner Nelson fue quien le aficionó a esta competición de nula repercusión en España. Tras hacer hípica y aviación, el automovilismo finalmente colma su sed de velocidad. Tras ser rechazado en primera instancia por Enzo Ferrari (que le manda una fotografía de un coche destrozado por el español como contestación a su petición de trabajo), finalmente logra un contrato para la Scudería. Su sueño arrancaba precedido por su renombre en otras categorías internacionales.

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Alfonso de Portago en un Ferrari

EL PRIMER PODIO ESPAÑOL... COMPARTIDO

Al volante, De Portago compitió con éxito en el Tour de France y otras competiciones antes de llegar a la Fórmula 1. En el Gran Circo debutó como piloto oficial de la Scudería Ferrari en el Gran Premio de Francia de 1956. Se clasificó noveno en la parrilla de salida, completó veinte vueltas y tuvo que retirarse por avería de la caja de cambios.

En la siguiente carrera, el Gran Premio de Gran Bretaña en Silverstone, fue segundo compartiendo el escalón del podio con su compañero inglés Peter Collins (Alfonso rodó 70 vueltas; Collins, 30 –ambos se repartieron los seis puntos). Fue el primer podio de un español en Fórmula 1 (Alonso logró el primero en solitario en Malasia 2003). Alfonso no volvería a puntuar hasta el Gran Premio de Argentina de 1957, cuando llegó quinto compartiendo el coche con su compañero argentino José Froilán González. Sólo cuatro meses después ocurriría el accidente que terminaría con su vida. Y es que el 12 de mayo de 1957 perdió definitivamente su apuesta con el riesgo. Sólo corrió cuatro carreras de Fórmula 1, pero su nombre empezaba a sonar con fuerza en el paddock.

UNA TRAGEDIA A 240KM/H

Su copiloto norteamericano Edmund Gurner Nelson y él sólo tenían que completar un tramo de rutina de las Mil Millas italianas tras el último repostaje. Alfonso odiaba las carreras por carreteras públicas y no quería correr, pero Ferrari le había obligado. Un mecánico le advirtió de que uno de los tirantes de la suspensión estaba dañado y que convendría repararlo; pero Alfonso se negó: quería llegar a la meta sin perder posiciones. Y se puso a 240 kilómetros por hora.

Nelson y él habían recorrido ya 1.540 kilómetros por carreteras italianas abiertas al público: habían atravesado la costa Adríatica tras pasar por Roma (donde Alfonso se paró inesperadamente para darle un último beso a su pareja y actriz, Linda Christian) y habían cruzado los Apeninos. Quedaban poco más de cincuenta kilómetros cuando un pinchazo truncó todos los planes: el neumático había rozado con el chasis o la carrocería a consecuencia de la avería, y el Ferrari 335 S con el dorsal 531 se estrelló contra el público.

Además de Alfonso y su copiloto, murieron once personas, cinco de ellas eran niños de entre 5 y 7 años. La conmoción social fue abrumadora. La prensa internacional se ensañó contra este tipo de competiciones. Italia, finalmente, prohibió las carreras en carreteras públicas. Fue el final de las míticas Mil Millas. A la capilla ardiente del piloto español y su copiloto norteamericano, instalado en la ciudad italiana de Cavriana, se asoma, entre otros, el campeón mundial argentino, Juan Manuel Fangio.

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Alfonso de Portago

UN RECUERDO EN LA CUNETA

Mario Remelli no puede olvidar lo que vivió aquel día. Él es natural de la ciudad italiana de Mantua, capital de la provincia homónima, en Lombardía, pero se había desplazado a la cercana Guidizzolo para ver la carrera de las Mil Millas. Era uno de los muchos espectadores que estaban en la cuneta siguiendo la prueba automovilística. Y fue una de las víctimas alcanzadas por el coche de Alfonso de Portago aquel maldito 12 de mayo de 1957. Pero sobrevivió.

Poco más de un mes después del accidente, por uno de esos sentimientos que sólo el ser humano tiene, se nota extraño. No puede dormir y las imágenes y los sonidos del accidente se le vienen constantemente a la cabeza. Así que ha decidido afrontar sus propios miedos y recorrer con unos amigos la misma cuneta que casi le vio morir. Pasea por la carretera donde las huellas del impacto todavía están presentes y, de repente, observa un destello por entre la hierba del arcén. Sopla una leve brisa que le despeina y rompe el silencio reinante, como un susurro lejano que le acaricia el rostro serio. Con gravedad, se acerca, se agacha y estira su mano, que aparta la hierba de la cuneta y descubre una medalla de oro.

Extrañado, la ase y se la acerca a la cara. Tiene algo escrito, pero no está en italiano, sino en español: “Soy católico; por favor, avisen a un sacerdote”. Cierra la mano y se levanta lentamente. “Vámonos”, les dice serio a sus amigos. De regreso a su ciudad, paran en Guidizzolo para entregar la medalla a las autoridades, que se pondrán en contacto con la viuda del malogrado piloto español para informarla del hallazgo. Mario regresa a su casa y continuará con su vida sin olvidar nunca su extraño vínculo con Alfonso de Portago.

ALFONSO Y ALONSO

Alfonso nunca pudo saber que un compatriota cumpliría su sueño de ganar una carrera de Fórmula 1 con Ferrari. Quizá ayer pocos se acuerdaran de Alfonso. 'Sólo' una letra (la efe) y 57 años le separan de Alonso. Alfonso en su día copaba las portadas de las revistas de deportes y del corazón; era famoso, apuesto, galán y deseado. Alonso es nuestro héroe hoy: tenaz, con hambre de victoria hasta la obsesión, meticuloso y preciso, pero completamente tímido, alejado de la prensa y con una alergia confesa a desvelar su vida privada.

Son dos hombres y una misma pasión: la velocidad. Dos hombres y un mismo equipo: Ferrari. Dos hombres y una misma fecha: 12 de mayo. Dos hombres y una misma afición que vibra con sus proezas, con sus habilidades dominando la furia de un Cavallino sediento de champán, de victorias, de aplausos y de admiración. Dos hombres unidos por la historia.