El automovilismo deportivo en España está escribiendo sus páginas más brillantes de la mano de Fernando Alonso y su sonado éxito en la F1. Sin embargo, si hurgamos un poco en las estadísticas, no tardaremos en descubrir que un compatriota del asturiano pisó un podio del Mundial poco menos de medio siglo antes. Su nombre: Alfonso de Portago, y el resultado, un segundo puesto en el IX Gran Premio de Gran Bretaña. Acomodémonos, pues, en nuestra particular máquina del tiempo y programemos nuevas coordenadas: 14 de julio de 1956, circuito de Silverstone, Northamptonshire, Inglaterra. Casi 30 coches en la parrilla.

Ya desde el jueves pudo verse desfilar por la pista un auténtico batallón de monoplazas. Juan Manuel Fangio, Peter Collins, Eugenio Castelloti y nuestro Alfonso de Portago pilotarían los todopoderosos Ferrari D50. Portago recibía de este modo la confianza de Enzo Ferrari por segunda vez –tras su satisfactorio debut en Francia sustituyendo al lesionado Luigi Musso– y aquí tendría la posibilidad de reforzar su estatus de piloto oficial. Por su parte, Maserati alineaba a nada menos que 11 de sus 250F, aunque ocho de ellos eran privados –entre ellos Paco Godia, otro de los españoles pioneros en F1–, y no menos destacable era la abultada presencia de los constructores británicos, como BRM, Vanwall, Connaught y Cooper. Finalmente, fue el ilustre piloto local Stirling Moss quien se llevó el gato al agua, marcando la pole position por delante de Fangio, Hawthorn y Collins. En la cuarta línea de parrilla, y a seis segundos del mejor tiempo, Portago acusaba su inexperiencia, pero ya pensaba en la remontada. La duración mínima de las carreras en la época –tres horas– ciertamente le iba a ser de ayuda.

Con este panorama llegamos al sábado, el día de la carrera. Nada menos que 28 motores rugían en la parrilla cuando se dio el banderazo de salida, aunque pronto fueron 27: Froilán González rompe un semieje de su Vanwall y no tiene más remedio que emprender su retorno a Argentina tras recorrer sólo unos centímetros de las 101 vueltas previstas para la carrera. Mientras tanto, Hawthorn sale como un misil y se pone inmediatamente en cabeza. Pero su aventura también sería breve, ya que 15 vueltas después es superado por un desenfrenado Moss y otras nueve más tarde se ve forzado al abandono por una pérdida de aceite en su BRM.

Fangio, por su parte, estaba llevando a cabo una carrera digna de su veteranía. El ‘Chueco’ había salido mal, descolgándose hasta el sexto puesto, pero desde ahí construyó metódicamente la que iba a ser su primera victoria de la temporada en Europa. En la vigésima vuelta ya era cuarto, tercero en la trigésima, segundo a mitad de carrera y líder cuando quedaban 30 vueltas para el final. Moss había tenido que parar en boxes dos veces, una para repostar y otra para intentar solventar una pérdida de potencia en su motor que, a la postre, acabaría dejándolo fuera de carrera. De este modo, Fangio demostraba una vez más su superioridad y se abría camino para conseguir su cuarto título mundial de Fórmula 1.

¡ESTRAFALARIA CARRERA, 'FON'!

De Portago tenía un objetivo claro cuando comenzó la carrera: progresar en la clasificación hasta superar, al menos, a uno de los otros Ferrari. Ser piloto oficial de la Scuderia ponía sobre los hombros de Alfonso una gran responsabilidad, y él lo sabía. La mejor estrategia era intentar una remontada tranquila y paulatina, y nuestro protagonista no se precipitó; las averías mecánicas de los rivales y una conducción rápida y sin errores le llevaron hasta la cuarta posición en la vuelta 64. Pero justo entonces, Collins tiene que abandonar con problemas en la presión del aceite.

La jerarquía es algo que siempre se ha cuidado mucho en Ferrari, y Collins estaba varios escalones por encima de 'Fon', así que el equipo decidió que el entonces líder del mundial tenía que continuar en carrera con el coche de Portago. Esta práctica era habitual en los 50, así que el español acató lealmente las órdenes de sus patrones y, no sin cierta amargura, cedió su máquina al prometedor británico de Ferrari. Desde ahí, Collins aún daría caza a Jean Behra e iniciaba así su cabalgada hacia el segundo puesto.

Pero la carrera aún iba a recompensar al atrevido marqués español con más emociones. Castelloti tiene un accidente y daña seriamente su coche. Vuelve a boxes y abandona, ligeramente conmocionado. Alfonso, encorajinado por verse fuera de la carrera, se sube al Ferrari del italiano y vuelve a pista como un obús. Los comisarios técnicos, asustados por el arrojo de 'Fon', le obligan a parar en boxes y se enzarzan en una discusión sobre el estado del coche. "¿Podrás continuar? ¿Todo funciona bien?”, le preguntan. “Claro que sí, ¡pero déjenme salir!", contesta. Cómo no, logró convencerlos, así que reanudó su agitada carrera.

UN FINAL INESPERADO

Última vuelta. Collins ya ha pasado por meta y la segunda posición compartida ya es una realidad para Portago. Él, entretanto, traza Abbey y enfila con su maltrecho D50 la recta que le llevará hacia Woodcote, la última curva del circuito. Sin embargo, lo hacía a menor velocidad de lo normal: ¡se había quedado sin gasolina! La resignación y el abandono a pocos metros de acabar la carrera hubiese sido la actitud de cualquiera. Pero no la de 'Fon': se quitó el casco, bajó del coche y, exhausto tras dar 101 vueltas al máximo, empezó a empujarlo hacia la meta. Cuando los supporters vieron aparecer al español autopropulsando su montura, un tremendo clamor se levantó en las gradas; todo eran aplausos y vítores. ¿Qué había sido de la flema británica? Simplemente, la audacia de Alfonso la desbordó.

Y de este modo tan curioso, Portago consiguió la décima posición en carrera –además de la segunda– y protagonizó la hasta entonces mayor hazaña de un español en la elitista Fórmula 1. Alfonso de Portago protagonizó más gestas que victorias. Pero, ante todo, fue un hombre que hizo de la búsqueda del límite sobre un automóvil el leit motiv de su existencia. O como él decía: “Llega un momento en la vida en el que el dinero te aburre, y tampoco las mujeres te sacian ya. En ese momento descubres una droga que se convierte en todo para ti. Esa droga se llama riesgo”.

CULTO, APUESTO, OSADO Y POLIFACÉTICO

Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, decimoséptimo Marqués de Portago y Conde de la Mejorada, o simplemente 'Fon', nació en Londres en 1928, pero ya con nacionalidad española. De rancio abolengo y cuidada educación, pronto le surgió la afición por los deportes. Fue un excelente jinete, hizo una incursión en el bobsleigh y llegó a ser cuarto en las Olimpiadas de Cortina, Italia. Pero su actividad preferida fue, sin duda, el automovilismo. Era muy atractivo y su faceta de playboy le llevó a vivir romances con actrices y supermodelos. Sin embargo, su estilo de vida le pasó factura con tan sólo 28 años. Un brutal accidente en la Mille Miglia de 1957 terminó con su vida y con la de nueve espectadores. Tal fue el impacto que causó la noticia que, desde entonces, la mítica prueba se convirtió en sólo una exhibición.

EL D50, DE LANCIA A FERRARI

Diseñado por Lancia en 1954, el D50 se demostró competitivo desde su debut en Argentina, en 1955. Sin embargo, la inesperada muerte de su piloto estrella, el bicampeón mundial Alberto Ascari, hizo que el proyecto se desmoronara y todo el material fue cedido a Ferrari. La Scuderia unió la carrocería a los característicos depósitos laterales de combustible, rediseñó las suspensiones e incrementó la potencia de su V8 hasta los 265 caballos. El mundial logrado con Juan Manuel Fangio y el refinamiento técnico de este modelo marcó su ascenso a la categoría de leyenda.

SILVERSTONE, EL TEMPLO DE LA VELOCIDAD EN GRAN BRETAÑA

Nos sobrarían dedos en una mano si tuviésemos que encontrar circuitos de F-1 más desafiantes que el antiguo Silverstone. Las pistas de un aeropuerto militar de la II Guerra Mundial sirvieron para configurar este rapidísimo trazado, donde se estrenó el Mundial en 1950 y se vieron carreras legendarias –como el GP de Gran Bretaña de 1987– antes de ser remodelado sustancialmente en los años 90 debido a las altísimas velocidades que allí se registraban.