La historia de la Fórmula 1 está plagada de pilotos cuyo talento no se llegó a desplegar por completo. Ya fuera por limitaciones mecánicas, infortunios ajenos a las carreras o la crueldad de la que estas mismas hacían gala en terribles ocasiones, los corredores del pasado que en mayor o menor medida se quedaron sin algo por ganar no fueron pocos. El caso de Jochen Rindt, bien podría considerarse uno de estos.

Nacido en Alemania durante II Guerra Mundial, Rindt perdió a sus padres muy temprano debido a un bombardeo, quedando al cuidado de sus abuelos y yéndose a vivir a Austria. Desde que alcanzó la adolescencia, Jochen se metió en numerosos problemas relacionados con la conducción, lo cual obligó a su abuelo, abogado retirado, a tener que hacer alguna que otra escaramuza para evitar que su nieto pasase la noche en el calabozo. La predilección por la velocidad del austríaco dejó claro desde el principio que su vida estaría ligada a las carreras.

En un principio comenzó a competir con turismos, pero en 1963 se cambió a los monoplazas. Los accidentes fueron muy numerosos durante estos primeros pasos, algo que sería crónico en años venideros, pero en ningún momento minaron el ímpetu de Rindt, quien con el dinero heredado de sus padres se compró un Brabham de Fórmula 2. En la segunda carrera que disputó con él, en el Crystal Palace de Londres, todavía siendo un desconocido, batió nada más y nada menos que a Graham Hill. Su estilo agresivo y espectacular dejó boquiabierto a todo el público, el cual nunca olvidaría el nombre de ese peculiar centroeuropeo. Ya en 1964, debutaría en Fórmula 1 con sólo 22 años.

En su primer año, sólo corrió la cita de su país, Austria, pero en 1965 disputó la temporada completa con Cooper. Los comienzos fueron complicados, pero en la segunda mitad del año consiguió puntuar en dos ocasiones y clasificarse en una modesta decimotercera posición. En la campaña siguiente, las sensaciones fueron mucho mejores. Consiguió tres podios y puntuó en la mayoría de las carreras, lo cual le sirvió para alcanzar una impresionante tercera plaza en la general. Estos resultados no se repitieron en 1967, cuando sólo acabó dos carreras y apenas acumuló seis puntos. Tras esa campaña, decidió abandonar Cooper para recalar en Brabham. La tendencia se mantuvo en el 68, donde volvió a abandonar todas las carreras menos dos, en las cuales bien es cierto que acabó en el podio.

Dado lo acaecido tras esa campaña, Jochen fichó por Lotus, en donde comenzó a avisar a los rivales a partir del ecuador de la temporada. Tras no puntuar en las primeras cuatro carreras, sólo las seis siguientes le sirvieron para acabar cuarto en la clasificación. Entre estas carreras, una de ellas fue su primera victoria, la cual llegó en Estados Unidos. Su permanencia en Lotus de cara a 1970 se afrontaría de este modo con buen pie.

Los dos primeros grandes premios de este curso no fueron lo que le hubiera gustado a Rindt, ya que en uno acabó decimotercero y en el otro abandonó, pero a la tercera fue la vencida. En la carrera de Mónaco, Jochen impuso su ley y sumó el segundo triunfo de su vida. Tras otro abandono más en Bélgica, el austríaco ganó las cuatro siguientes citas, exhibiendo un poderío asombroso. A falta de cuatro carreras para el final, parecía poco probable que el campeonato se le fuese a escapar.

Entonces llegó el fin de semana del GP de Italia en Monza, aquel donde el ídolo de la juventud de Rindt, Wolfgang von Trips, se mató durante la carrera de 1961. En una de las vueltas de los entrenamientos en el trazado italiano, Jochen se disponía a negociar la curva de la parabólica, aquella donde nueve años atrás había perecido su referente, cuando de repente perdió el control de su bólido y se estrelló de forma cruel contra las protecciones. Su fallecimiento fue inevitable.

Las coincidencias no dejan de ser aterradoras. La muerte de Rindt llegó en el mismo punto en la que se dio la del aristócrata alemán y ambos pasaron a la historia por, además de su gran talento, dejar en el tintero mucha habilidad por demostrar. La distinción está en que, a diferencia de von Trips, Rindt no fue el primer subcampeón a título póstumo, sino que fue y es a día de hoy el único ganador del mundial de F1 coronado "post mortem". Ni Jacky Ickx, segundo en la clasificación, pudo alcanzar los puntos de Jochen, lo cual hace destacar aún más la brillante actuación que este exuberante corredor protagonizó en las carreras que disputó. De él se decía que su estilo sobre el asfalto sólo le podía llevar a la victoria o a la muerte, pero le llevó a ambas.