Cuando los amigos y entusiastas de la historia de la automoción concedemos su importancia a ciertos lugares es porque la tienen, o la tuvieron en su momento. Mucho, muchísimo antes de esas sedes de la era espacial, casi antisépticas, que estamos acostumbrados a ver en la actualidad, una gran mayoría de equipos de competición comenzaron su andadura en garajes, almacenes, graneros o cobertizos.

Aquellas estructuras, por pequeñas o cochambrosas que pudieran contemplarse, fueron los calderos que supieron albergar mezclas prodigiosas de ingenio y empeño que, a su vez, devinieron en grandes hitos del automovilismo deportivo, esas increíbles proezas sobre la pista que tanto nos gusta recordar una y otra vez.

Y ahora, en uno más de sus acertados movimientos, el Duque de Richmond ha conseguido rescatar y reubicar en su circuito de Goodwood el que, quizá, sea el epítome de estos lugares mágicos: el 'Cobertizo' de Ken Tyrrell, el hogar fundacional de la antigua escudería Tyrrell de Fórmula 1.

La vieja fragua de los campeones

A finales de los años cincuenta Ken Tyrrell parecía predestinado a heredar, con sus beneficios y sus miserias, el negocio maderero que su familia había preservado durante generaciones. Pero lejos de resignarse, su corazón rebelde ve una oportunidad para escribir su propio destino cuando se queda en desuso el antiguo barracón militar que, hasta entonces, había servido como almacén en los terrenos de la compañía.

Para 1958, sus cuatro paredes de madera comienzan a albergar extrañas piezas y artefactos que, tras semanas o meses bajo una sinfonía de ruidos, vuelven a salir por su portón principal en la forma de coches de carreras, concretamente monoplazas de Fórmula 3. Mientras, en los alrededores, los empleados de su padre intercambian miradas cómplices y risas disimuladas. Mira lo que está haciendo el hijo del jefe, cómo pierde el tiempo, comentan por lo bajo en tono de burla.

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La sorna de los leñadores no duraría mucho. Fuera de aquel insignificante mundo de árboles talados, sierras afiladas y lenguas viperinas, las creaciones de Tyrrell Racing Organisation comienzan a destacar en los primeros puestos. Algo hay en esos monoplazas, armados con el justo equilibrio entre la ingeniería y la artesanía, que triunfan en casi cualquier circuito. Poco a poco, el metal le gana terreno a la madera en el negocio, el imaginario y la identidad pública de la familia Tyrrell.

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Grandes figuras de las carreras, y otros que saben que lo serán algún día, se animan a confiar en los Tyrrell como los coches que los ayudarán a progresar en sus trayectorias por la Fórmula 3 y la Fórmula 2. A las puertas del Cobertizo se asoman nombres como John Surtees o Jacky Ickx, de los que suelen salir en las portadas de las revistas. Uno de aquellos ilustres visitantes, un tal Jackie Stewart, trabará una prolífera amistad con Tyrrell, convirtiéndose en la pieza clave de su siguiente paso: la Fórmula 1.

Adaptando con total libertad los chasis de su socio, el constructor francés Matra, Tyrrell y Stewart se quedan a muy poco de conquistar el Campeonato del Mundo en su año de debut en el Gran Circo, en 1968. Un estreno agridulce que deja paso a un dominio aplastante en 1969 donde, ahora sí, el escocés consigue levantar el ansiado trofeo de pilotos.

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Goodwood Road & Racing

A finales de 1970, Ken Tyrrell abre una vez más las puertas de su Cobertizo para mostrar al mundo el Tyrrell 001, su primer monoplaza de Fórmula 1 construido desde cero. Una máquina prometedora que, al más puro estilo de este aguerrido carrerista, recibirá constantes y meticulosas evoluciones, todas ellas proyectadas y ejecutadas dentro de aquellas cuatro viejas paredes de madera. Siguiendo esa costumbre, el afinado Tyrrell 003 de 1971 regresará a su hogar con un segundo título de pilotos para Stewart y el que sería su primer y único Campeonato de Constructores. Entre los estantes, las mesas y los cajones de herramientas, va siendo necesario improvisar una vitrina para guardar tantos galardones.

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A partir de 1973, tras la retirada del ya tricampeón Jackie Stewart, el Cobertizo Tyrrell inicia una nueva era donde seguirá ejerciendo como el lugar de expresión de otros hombres talentosos. El disruptivo ingeniero Derek Gardner da aquí forma, en 1976, al controvertido Tyrrell P34 y sus seis ruedas, que no dejaría a nadie indiferente, empezando por sus mismos pilotos: si a Patrick Depailler le encantaba, Jody Scheckter llegaría a odiarlo.

Pero pronto terminarían los tiempos de la inocente controversia y comenzarían los de la decadencia. La brutal escalada evolutiva de la F1, ya disparada incluso antes de entrar en la década de los ochenta, fuerza a Tyrrell a modernizarse. Desaparecida la arcaica serrería, un sofisticado centro de producción y desarrollo se alza junto al viejo cobertizo, empequeñeciendo injustamente aquel templo de creación. Así permanecería, diminuto y olvidado, sirviendo aún como almacén de mil y un cachivaches mientras la muy moderna escudería Tyrrell peleaba por asegurarse su identidad. Una batalla que finalmente perderían en 1998, desapareciendo hasta sus cimientos. Todo desvanecido salvo, milagro, el propio Cobertizo Tyrrell.

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Goodwood Road & Racing

Por suerte para los amantes de la automoción y de la F1 en particular, la actuación del Duque de Richmond ha permitido salvar este edificio legendario, auténtica fragua de campeones, de una demolición que pendía sobre él como espada de Damocles. Trasladado madera a madera desde su localización original en Surrey, sus 21 metros de largo por seis de ancho descansan ahora, reconstruidos, en los terrenos que rodean el Circuito de Goodwood, donde debutará próximamente como un privilegiado lugar de encuentro para los miembros más selectos del Goodwood Road Racing Club.

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Diego García

Especializado entusiasta en motor, competición, historia y técnica del automóvil. Eterno aprendiz, también, en el novedoso sector de la movilidad sostenible. Licenciado en Periodismo con varios años de experiencia en esto de hablar sobre las cuatro ruedas.