Eran los tiempos en los que las batallas a bordo de monoplazas se desarrollaban de tú a tú. Físicas. Despiadadas, en muchas ocasiones. La Fórmula 1 cumplía casi una década de existencia y los sucesores de los Fangio, Farina, Ascari y Moss recorrían las pistas de medio mundo buscando la redención del público ante el osado ofrecimiento de su vida por una simple victoria de automovilismo. Un joven Bruce McLaren, de apenas 22 años de edad, irrumpía en la máxima categoría del automovilismo internacional con una tradición familiar pasional por el motor que le precedía.

Tal vez no sea justo comenzar por el debut del piloto neozelandés en la Fórmula 1. Tal vez las primeras líneas deban ir enfocadas a explicar el porqué del valor de llegar a pilotar un monoplaza tras unos años dei infancia nada fáciles para McLaren. Su nacimiento en la ciudad de Auckland y su pertenencia a la generación del 37’ condicionaron su futuro. Su familia era dueña de una gasolinera de la marca ‘Shell’ en la ciudad neozelandesa y el olor a gasolina, aceite y el sonido de los motores rugiendo le acompañó desde que sus primeros pasos comenzaron a tocar el suelo de Nueva Zelanda.

Pero al cumplir los nueve años de edad, Bruce McLaren desarrollaba la enfermedad de Perthes, por la cual su articulación de la cadera no tenía la necesaria lubricación interna. Fueron dos años en la Wilson Home para tratar su enfermedad pero el espíritu optimista y dicharachero de un joven Bruce ayudó en su recuperación. El recuerdo: una leve cojera que le duraría hasta aquella tarde de principios de junio de 1970.

Su primer contacto con la competición partiría del trabajo en familia. Bruce McLaren y su padre reconstruyeron un Austin 7 Ulster pieza a pieza en la mesa de la cocina de su casa. "No sé como mamá nos aguantó a papá y a mí con su mesa de la cocina cubierta de piezas del motor durante las comidas. Solía decirnos: ‘Si les diera pan seco y agua, no se darían cuenta’ ". Las palabras del propio Bruce McLaren explican hasta que punto llegaba la entrega de su progenitor y él mismo por le automovilismo. El padre de Bruce competía en eventos locales y allí fue donde también el propio creador de la escudería McLaren se foguearía tras haber aprendido a pilotar aquel ‘Austin’ entre los árboles de la finca familiar.

El ‘Ulster’ construido en casa daría paso al Ford 10 Special, al Austin Healy y, más tarde, al Cooper Climax Sports. Sería con este último con el que a finales de 1957, en el Gran Premio de Nueva Zelanda -que permitía a los pilotos seguir entrenando después de terminar la temporada de Fórmula 1 al otro lado del mundo-, impresionaría a propios y extraños; Incluido el propio Jack Brabham, leyenda australiana ya en aquel entonces. McLaren no ganaría aquel evento pero recibiría la beca ‘Driver in Europe’, concedida por la organización del GP de Nueva Zelanda. Chris Amon sería el otro becado.

La llegada a Europa se producía y Bruce McLaren tenía que sacarse las castañas del fuego por motu propio. Pero Jack Brabham echaría un cable a su joven vecino, hablando con la escudería Cooper -para la que él mismo militaba- y proporcionándole al recién llegado un taller, un sueldo y una monoplaza de Fórmula 2 nada más llegar a Inglaterra. Bruce McLaren, c onuna habilidad excepcional en la actualidad y algo más habitual en aquella época, construiría el vehículo desde cero con sus propias manos y herramientas.

Ese año de 1958 vería al joven neozelandés debutar en la parrilla de F1 a los mandos del Fórmula 2 de Cooper. El debut en Nürburgring comenzaría a abrir los ojos a los más incrédulos. Quinto puesto general y victoria en la categoría. En el templo de los pilotos, en el escenario de las leyendas. Había superado a pilotos más expertos y su única experiencia con la mecánica y el comportamiento del coche comenzaban a darle un punto extra que no todos tenían durante aquellos primeros años de la Fórmula 1.

Curiosamente, Bruce McLaren figuraba en la inscripción de aquel GP de Alemania de 1958 como piloto de reserva del equipo de Fórmula 2 de Charles Cooper. La espera era innecesaria y en 1959, el propietario del equipo británico le ofrecía un asiento en la máxima categoría. Su debut se produciría en las estrechas y complicadas calles de Mónaco. Saldría en quinta fila de parrilla; acabaría quinto, librándose de los once abandonos y celebrando la victoria de su maestro y compañero de equipo, Jack Brabham.

Pero el primer paso en el podio de las leyendas lo daría aquel 18 de julio de 1959. Silverstone era el escenario. El Campeonato llegaba a su quinta cita con Jack Brabham y Tony Brooks con apenas cinco puntos de diferencia. Bruce McLaren partía desde la tercera fila de parrilla pero el lugar de la gloria le esperaría tras 75 vueltas. El neozelandés llega a superar a Stirling Moss en la vuelta 67 por la segunda plaza, pero el experto británico le devolvería la jugada. Primer podio de su carrera deportiva y la sonrisa de oreja a oreja como compañera inseparable.

McLaren había abierto la puerta de acceso a las estrellas y en el Gran Premio de Estados Unidos, colofón de la temporada, celebrado el 12 de diciembre de 1959 en el siempre retador circuito de Sebring, el neozelandés de Cooper dejaría claro a los escépticos que tenía un plus, fortuna incluida, para hacer historia. El coche gemelo de Brabham terminaba su reserva de combustible en la última vuelta, dejando en bandeja la victoria a McLaren y obligando a su piloto a empujarlo, desfallecido, hasta la línea de meta para entrar en cuarta posición.

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Se había convertido en el piloto más joven en lograr una victoria en Fórmula 1 -500 millas de Indianápolis excluidas-. Récord que perduraría hasta los albores de los años 2000, cuando un jovencísimo asturiano de mirada inocente lograse la victoria en Hungaroring a bordo de un Renault. 1960 vería la lucha entre pupilo y maestro por el título. Jack Brabham y Bruce McLaren serían los dos principales contendientes de un campeonato que cayó en manos del australiano por nueve puntos, ambos a bordo del Cooper Climax T53, tras utilizar el T51 para el debut en Argentina.

Los cambios de normativa al año siguiente impedirían a la dupla del equipo británico reeditar batallas pasadas y Jack Brabham se marcharía, dejando el puesto de líder a su discípulo ‘kiwi’. Pero Graham Hill y Jim Clark superarían al neozelandés en 1962 a pesar de su victoria en el siempre extraordinario circuito de Mónaco. La siguiente temporada sería aún menos exitosa: el dominio de Jim Clark con el Lotus Climax y los dos BRM de Hill y Ginther deja a McLaren sin apenas posibilidades de luchar por algún que otro podio.

La decisión debía ser tomada. La lealtad a Charles Cooper retrasó la aceptación de que en la escudería británica ya no había más que conseguir. Bruce McLaren decidió comenzar un nuevo camino por su cuenta. Nacía la escudería más laureada del automovilismo mundial. No obstante, no sería hasta 1966 cuando Bruce abandonaría definitivamente el equipo Cooper para comenzar a rodar con su propio monoplaza, el McLaren M2B. El poco rendimiento en el Campeonato del Mundo de Fórmula 1, le llevó a poner las miras en la prestigiosa Can-Am, donde los prototipos más veloces se daban cita.

En 1967, Bruce McLaren ganaba el Campeonato de la Can-Am a bordo de su especialmente diseñado, M6A-Chevrolet. Un año más tarde, McLaren logra la primera victoria a bordo del monoplaza construido por él mismo, el M7A pero el Campeonato de Fórmula 1 se decide entre Hill y Stewart. Las victorias en Can-Am y la lucha por el título a final de temporada continúan hasta que comienza 1970. El año fatídico. El momento del adiós prematuro.

Bruce McLaren se encontraba en Goodwood probando el último diseño para la Can-Am de su propia cosecha. Una parte de la carrocería de la suspensión trasera se abría y catapultaba al vehículo del carismático piloto neozelandés contra un andén de una estación cercana. Su alma espiraba en el mismo momento del impacto y su madre, a miles de kilómetros de distancia, se despertaba en su cama de Auckland. Eran las 12:22 del mediodía europeo. Bruce McLaren tenía 32 años y dejaba un legado inigualable tras de sí, a pesar de no haber logrado nunca proclamarse Campeón del Mundo de F1. Una de esas injusticias del destino.

Tal vez porque mamó desde la cuna la tradición por el automovilismo, porque compitió desde los eventos más locales y con la vista puesta en la diversión y la competición, Bruce McLaren es, sin ningún tipo de dudas, uno de los pilares de la historia de la Fórmula 1.