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A pesar de que existen en el mundo varios automóviles con millones de kilómetros en el contador, ninguno de ellos ha llegado tan lejos como los tres Lunar Rover que la NASA encargó a General Motors a finales de los sesenta con el propósito de realizar, dentro del legendario programa Apolo, misiones de exploración sobre la superficie de la Luna.
Aquellos vehículos, tan peculiares por sus características como por la forma de conducirlos, contribuyeron con su labor a que la comunidad científica pudiera saber más sobre el cuerpo celeste más próximo a la Tierra, amén de lo que significaría vivir en condiciones de gravedad cero.
Ahora, con su proyecto Artemis, la NASA vuelve a mirar a la Luna con el objetivo de establecer allí el primer esbozo de una colonia humana. Una ambiciosa campaña que irá desarrollándose durante las próximas décadas, y para la cual se precisan herramientas de todo tipo incluyendo, claro está, un vehículo terrestre.
Autónomo, conectado... y reutilizable
El proyecto Artemis de la NASA cuenta con la colaboración de un gran número de empresas privadas punteras, que serán las encargadas de diseñar, producir y ofrecer los recursos y soluciones que emplearán los colonos lunares del futuro. En el caso del Vehículo Lunar Terrestre (VTL) previsto para la iniciativa, la agencia estadounidense ha confiado la tarea a Intuitive Machines, una compañía aeroespacial privada que, a su vez, cuenta con el apoyo de socios como AVL, Boeing o Michelin.
Así el futuro 'Moon Racer', del cual ya existen algunos bocetos, debe cumplir con una larga lista de especificaciones exigida por la NASA donde figuran, por ejemplo, capacidades de conducción autónoma, un avanzado equipo de navegación y comunicaciones que garantice su conectividad o un sistema avanzado de gestión de energía que permita reutilizar el vehículo en más misiones recargando sus baterías.
En el caso concreto de los del Bibendum, asumen la creación de sus neumáticos. Unas ruedas de altísima tecnología que deben ser capaces de soportar las extremas temperaturas del polo sur de la Luna, que suelen oscilar por encima de los 100º C de máxima y por debajo de los -240º C de mínima. Asimismo deben resisitir los efectos de la radiación, tanto solar como espacial, los cuales son allí mucho más perjudiciales ya que la Luna no dispone de capa de ozono.
Por el momento, la solución de Michelin se basa en una estructura circular de caucho sin cámara de aire (ya que es inútil en gravedad cero), impresa en 3D y cuya gran flexibilidad permite adaptarse al complejo terreno lunar lleno de cráteres, montículos y rocas. Su superficie de contacto incorpora un dibujo biomimético, es decir, que se inspira en la naturaleza para ofrecer el máximo agarre posible.
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Especializado entusiasta en motor, competición, historia y técnica del automóvil. Eterno aprendiz, también, en el novedoso sector de la movilidad sostenible. Licenciado en Periodismo con varios años de experiencia en esto de hablar sobre las cuatro ruedas.
