No sé cuál es la última evolución de la armadura de Iron Man, no tengo interés en saber por qué el martillo de Thor tiene grietas y desconozco si existe un multiverso cinematográfico donde Spiderman no tenga el rostro de Tobey Maguire. Pero si me das una foto cualquiera de la historia de los rallys no me costará adivinar el coche, el equipo, el piloto, la prueba y la fecha aproximada.

Todo esto viene a cuento, nada más, para presentarme como es debido: cultivada a base de años y años investigando por Internet y devorando revistas y anuarios, mi pasión por los rallys es tan grande como la que puedan tener los fanáticos de Marvel por sus cómics y películas. Un auténtico nerd del tramo que ha tenido la oportunidad, gracias a Peugeot Sport España y Sports & You, de comprobar lo que se siente como copiloto del Peugeot 208 Rally4, el coche protagonista del renacido Desafío Peugeot, el mismo que acaba de comenzar con el Rally Sierra Morena.

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Peugeot//Car and Driver

Miguel Fuster, un 'chófer' de excepción

Como invitados estrella para compartir esta experiencia, Peugeot ha convocado aquí, a la serranía de Córdoba, a tres grandes pilotos del ayer, del hoy y del siempre en los rallys españoles. Ellos son Oriol Gómez, Miguel Fuster y Alberto Monarri.

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Los tres lograron proclamarse campeones de este Desafío en sus respectivas épocas: Gómez en 1992, único año en que se utilizó el 309 GTI, trampolín a una trayectoria que lo llevó al mismo Mundial de Rallys; Fuster en 1996, cuando el 106 Rallye 1.3 puso de su parte para forjar una generación de pilotos que nos han proporcionado décadas de emoción; Monarri, en 2008, con un 206 XS 1.6 que ya estaba descatalogado en los concesionarios, fue su último ganador, uno más de los muchos trofeos que atesora este piloto madrileño por cuyas manos han pasado prácticamente todos los coches coperos que las marcas han inventado en los últimos veinte años.

Estamos, por tanto, en compañía de hombres sobradamente cualificados para definir qué características debe reunir un coche como el 208 Rally4, destinado a que los jóvenes que hoy aspiran a ser como ellos puedan foguearse, dar sus primeros pasos en serio dentro de esta disciplina a veces tan injustamente maltratada.

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Oriol, el más pragmático, piensa que un coche copero debe cumplir con "las tres 'B': bueno, bonito y, sobre todo, barato". El presupuesto lo es todo en los rallys, y más en los de hoy, donde no todos los nuevos talentos pueden reunir los 75.000 euros que cuesta de media un Rally4 FIA como éste. De ahí que Fuster piense que "todavía tendría que ser mucho más barato". Monarri aporta otra interesante perspectiva a la conversación ya que, como recalca, los jóvenes pilotos suelen comenzar gracias a los amigos y familiares que le prestan su ayuda para mantener y preparar el coche. Y para llevar con garantías el 208 Rally4 "hace falta un ingeniero, mecánicos profesionales, gente que sepa".

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Críticas honestas y constructivas, y un debate que debemos terminar aquí, ya que todos tenemos un papel prefijado hoy. Oriol ha venido a Córdoba en apoyo de su hijo Pol Gómez, que participará en el nuevo Desafío, y Miguel y Alberto serán quienes nos muestren con sus dotes de qué es capaz este cochecillo que, sinceramente, si buscas en YouTube vídeos suyos pasando en rallys no aparenta ser la cosa más emocionante que ha pisado los tramos. Luego, claro, los cronos y su inmenso éxito de ventas dicen lo contrario. Precisamente, de la mano de Fuster vamos a descubrir cómo es posible esta contradicción que haría estallar el cerebro del mismo Schrödinger.

Este viaje empieza por ahí, por la cabeza. Nos vamos a subir a un coche con jaula de seguridad y baquets rígidos, por lo que es esencial utilizar casco y Hans. Con la inestimable ayuda de los chicos de Sports & You, logro encajarme todo un Stilo WRC en fibra de carbono, el mismo que utilizan muchos astros como Carlos Sainz o Sébastien Loeb (1.074 euros de casco, nunca mi cabeza tuvo tan alto precio). Lo primero que noto es que el conjunto de casco y Hans podría recetarse para corregir desviaciones de la espalda, porque te obliga de forma muy natural a mantenerla recta. Eso sí, al coste de provocar unas cuantas carcajadas en entornos del día a día, como la cola del supermercado.

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Seguimos con el encaje en el baquet del copiloto, bien sentados con el pertinente arnés de seis puntos. Lo primero que llama la atención es lo bajo que vamos, algo que ya asumía por conocer esta parte de la teoría de lo coches de rally, pero que en la práctica impresiona igualmente. La persona a la derecha del piloto tiene que contribuir a un buen centro de gravedad, y por eso su asiento está notablemente más bajo y hacia atrás.

Aun así, puedo llegar a tocar el trozo de salpicadero que tengo justo delante o cualquiera de los botones que, ocupando el lugar que ostentaría la pantalla multimedia de un 208 de calle, permiten arrancar el motor, cambiar entre los tres mapas de gestión disponibles, subir y bajar las ventanillas delanteras (no es broma, el 208 Rally4 conserva los cristales de serie y sus elevalunas eléctricos) o activar el desempañado del parabrisas, realizado por la bomba de calor que está pegada al suelo, a centímetros de mi pie izquierdo.

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Mi curiosidad me lleva a posar dos dedos en la palanca del cambio secuencial. Como si estuviera midiéndole el pulso al 208 Rally4, se aprecia el hormigueo que llega hasta el varillaje de la transmisión desde el motor mismo, que lleva ya un buen rato en marcha. Luego me acuerdo de algo, y alzo la misma mano izquierda para palpar lo que venía buscando, el aireador de la toma de ventilación del techo, de donde no sale absolutamente nada de aire, pero nada. Me lo temía, esa pieza tan típica de los coches de rally, que tantas formas distintas ha tenido a lo largo de los tiempos, es más un placebo para no pensar en el calor que suele inundar, independientemente de la climatología exterior, este pequeño mundo de emociones fuertes sólo para dos. Hoy, que las montañas cordobesas nos han recibido con 28 grados de temperatura, esto va a tener su gracia.

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Después de una necesaria pausa, ya que lleva todo el día regalando sensaciones a los afortunados que nos hemos congregado aquí, Miguel Fuster se sienta en el asiento que mola, el del piloto. Seis Campeonatos de España de Rallys, todos ellos conquistados con máquinas muy diferentes entre sí. Obviamente, tarda mucho menos que yo en ceñirse los arneses, en volver a encontrarse en su elemento, y con un firme y seguro empujón a la palanca del cambio mete la marcha atrás para maniobrar fuera de la carpa de la asistencia. Tal es su confianza que termina de conectar el interfono de su casco mientras conduce al inicio del tramo de prueba, con la naturalidad que tendríamos cualquiera para revolver en los portaobjetos de nuestros coches.

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Una pequeña excursión por el hiperespacio

Con todo a su debida temperatura y la carretera para él solo, el mago alicantino la encara y hunde su pie derecho. Y ocurre. Ocurre que el mundo que muestra el parabrisas del 208 Rally4, la vida misma casi, se embala de forma endemoniada. En lo que parecen apenas 700 u 800 metros, hemos pasado de primera a cuarta. Bajo la presión de las fuerzas G y la impresión del momento, cuesta recordar que vamos en un coche escuela, que por encima del 208 Rally4 existen muchos otros coches todavía más potentes, todavía más bestias. Cómo serán desde esta misma perspectiva, pienso.

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El tramo escogido es breve, pero estrecho y muy rápido. Enseguida estamos en quinta marcha, y la luz roja en la pantalla del piloto y el tableteo que emana del escape cual ametralladora nos dicen que el limitador de revoluciones del motor lleva un rato considerable haciendo su trabajo. No va más, literalmente hablando. Y qué bien suena cualquier motor, cuando tiene como salida un simple tubo recto de acero. Greta Thumberg quizá se ahogue en su propia bilis por escuchar esto pero, sin sistemas antipolución, el PureTech 1.2, uno de tantos motores de tres cilindros denostados por los puristas del cubicaje, hace bramar que da gusto sus 208 CV.

Se nos acaba el tramo, los frenos del 208 Rally4 nos detienen, sorprendentemente, sin brusquedades, y con un toque certero al freno de mano Fuster da la vuelta en el mismo sitio. Ya con la confianza, me cuenta sus buenas sensaciones, lo mucho que este coche se beneficia de un pilotaje fino y preciso, que no es sino la manera de conducir propia y adecuada de los jóvenes participantes de las copas como ésta. No puedo menos que darle la razón: los cuatro Pirelli P Zero que nos adhieren al suelo como lapas no han emitido un solo chirrido.

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Toca la vuelta, que igualmente es a fuego. Fuster me regala el repertorio completo de la experiencia de ir en un coche de rally real, frenando con contundencia en los virajes más cerrados, bajando más de una marcha en rápidos golpes, y volviendo a acelerar meteóricamente en lo que, por poner una referencia de mi generación, se percibe así como el salto al hiperespacio del Halcón Milenario. Una mano divina que te sostiene por la nuca y los hombros mientras te empuja por donde quiere a toda prisa.

El recorrido inverso tiene una diferencia que advierto enseguida, y que me ayuda a calibrar el increíble agarre del que disfruta el Peugeot: un contraperalte a izquierdas donde, de una sensación inédita, extraigo un mensaje claro. Voy a volcar yo antes que el coche. Incluso cuando recortamos una curva algo rapidilla usando su cuneta interior, lo que para un turismo normal sería una salvajada, aquí es lo más común, acoplándose las ruedas al reborde del camino como el tren a sus vías.

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Ya me voy habituando a lo trepidante de la experiencia, y pienso en la brutal carga de trabajo del copiloto de rallys, moviendo incesantemente el rabillo de los ojos entre su cuaderno y lo que puede ver por el parabrisas, peleando por hacerse escuchar sobre los mil y un ruidos, retumbes y olores de este microcosmos donde conducir es pelear. Pelear por ser el primero, por conseguir tus sueños, por llegar sano y salvo a la meta. Qué lejos parecen quedar todas esas horas quemadas frente a la pantalla del ordenador, en bata y zapatillas y con el mando en las manos. Por muchos Dirt que edite Codemasters o lo mucho que se esfuerce la comunidad de fans de Richard Burns Rally, no hay ni habrá simulador que pueda acercarse a esta invasión bárbara de los cinco sentidos. Nunca, jamás.

Mientras termino de entender por qué a este asiento se le llama el asiento del miedo en el argot de los tramos, miro de reojo a Fuster. Este tipo de compromisos y demostraciones suelen ser engorrosos para los pilotos de carreras, pero él sonríe. Se lo está pasando de cine, y se le nota. Yo le acompaño con mi silencio, a los artistas no se les molesta, y menos a uno que te lleva por una carretera comarcal a ritmos de Autobahn. Y recuerden, desde fuera, un profano vería simplemente un coche blanco pequeño que va con mucha prisa, como si se le estuvieran quemando las judías en casa.

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Así es el Peugeot 208 Rally4, un frío y preciso tiralíneas por fuera, una cólera mecánica por dentro. El espejo con dos caras, la singularidad, el agujero negro de Interstellar, aunque ni yo soy Matthew McConaughey ni vamos al centro de la galaxia. La montaña rusa más apasionante del mundo, si tienes la suerte de que te acompañe alguien que sepa manejarla como Dios manda. Un coche quizá no para empezar en los rallys en el sentido más estricto de la expresión, pero sí para empezar a entender en serio de qué va este arte de pasar una sola vez, y dándolo todo, por un millón de sitios distintos. El paso imprescindible para los elegidos que forjan su trayectoria en la especialidad.

En otro de esos gestos típicos del mundillo, Fuster y yo estrechamos las manos para celebrar el final de la experiencia. Me pregunta que qué tal, y se lo suelto con total sinceridad. Genial. Y le transmito que, para mí, él pertenece a una estirpe de privilegiados. Privilegiados que saben lo que es ir rápido de verdad con un coche, como hoy me han demostrado. En comparación, lo que los mortales petrolheads hacemos con nuestras máquinas transcurre en un mundo por debajo del suyo, es otra definición diametralmente diferente para la misma palabra, velocidad. Por ello, abogaría por prescribir una experiencia como ésta a todo aficionado de bien, así, como si de un medicamento se tratase. Yo, después de esta terapia acelerada de redescubrimiento, ya espero con ansia la siguiente sesión. Y cuanto antes, mejor.

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