Es incuestionable que Toyota se ha tomado su tiempo para lanzar un crossover compacto, pero es que es necesario emplearse a fondo para plantarle cara tanto al todopoderoso Nissan Qashqai, como a los mejores productos de la mayoría de sus competidores. Según la marca, el principal motivo de esta demora ha sido que este Toyota C-HR tenía que cumplir dos exigencias insalvables. Por una lado tenía que montar el sistema híbrido de cuarta generación del actual Prius–más ligero, compacto y eficiente que el anterior– y, por otro, debía utilizar su misma plataforma TNGA-C, recortada y ensanchada para la ocasión. De hecho, es curioso que el C-HR apenas haya sufrido cambios estéticos desde que se esbozó en 2010 y sin embargo haya experimentado importantes cambios estructurales al sustituir, a mitad de proyecto, la antigua estructura por la nueva. Hecho que, según la marca, ha permitido mayor libertad de diseño y una sustancial mejora dinámica.

Son precisamente estos dos aspectos los que más nos han sorprendido del C-HR. El primero salta a la vista; su arriesgado estilo exterior rompe con las anodinas líneas del resto de la gama que tiene el fabricante, a excepción del controvertido Prius. Algo a lo que Toyota no nos tiene acostumbrados y menos si se trata de un modelo de gran producción. Debe ser que quieren emular los pasos de sus primos de Lexus…

En segundo lugar, pese a tratarse de un crossover, no tiene el típico comportamiento blando y aburrido. En este caso, la puesta a punto del chasis ha sido 'a la europea' conjugando efectividad y firmeza, hecho que pudimos comprobar durante nuestra prueba dinámica. El C-HR demostró su agilidad y nobleza incluso forzando situaciones comprometidas en fuertes apoyos y sobre asfalto quebrado. La ausencia de inercias y balanceos de la carrocería nos hizo pensar que estábamos a los mandos de un compacto, no de un derivado para campo. Mucho de esto se debe al chasis empleado, con paralelogramo deformable trasero y un bajo centro de gravedad.

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En contraposición a su firme comportamiento dinámico, nos encontramos su dócil motor. Se trata del conocido 1.8 híbrido de 122 caballos del Prius –ligado como de costumbre a una caja CVT–, que si bien es un prodigio tecnológico, se nos antoja demasiado 'dulce' para el carácter del C-HR. Éste encajaría mejor con una mecánica con más temperamento, como la 1.2 turbo con cambio manual que quisimos probar, a pesar de saber que no se vendería en nuestro país. Un motor de 116 caballos que casa a las mil maravillas con el comportamiento del C-HR. Ojalá Toyota se replantee su comercialización en España.

Por el momento, el C-HR no dispondrá de versiones con tracción integral o enchufables y está a la venta desde 27.000 euros.

Del 1.2 turbo también nos gustó más su tacto de freno, que es mecánico y no eléctrico como en el híbrido. En este último, el pedal requiere de un cierto periodo de adaptación, pues unas veces parece que frena mucho con solo rozarlo y en otras ocasiones hay que emplearse con fuerza.

SIN TANTA LIBERTAD

A pesar de lo que pudiera parecer por su diseño exterior y sobre todo por la caída del techo, la habitabilidad del C-HR es buena en todas sus plazas. De hecho, siempre que los ocupantes delanteros no sean demasiado grandes, detrás podrán viajar cómodamente pasajeros de hasta 1,90 metros de estatura. Eso sí, el acceso a las mismas no es del todo cómodo porque las puertas no se abren 90° y el vano es algo justo para que accedan personas mayores, para colocar sillas infantiles o para acomodar a los niños en ellas. Además, que no nos extrañe si en los primeros viajes a bordo del C-HR los más 'peques' de la familia se enfaden debido a la poca visibilidad y a la sensación de agobio de la zona posterior debido al reducido tamaño y altura de las ventanillas.

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