Son las dos de la tarde y ahora mismo entiendo cómo se sentía Neo la primera vez que se introdujo en 'Matrix'. Frente a mí, tres ingenieros llevan más de media hora pegados a sus ordenadores leyendo interminables columnas de datos, 'letrujas' y gráficos ininteligibles para el resto de mortales. Michael Gericke revisa que la temperatura de los turbocompresores se mantenga estable, Norbert Marek apaga y enciende el motor comprobando la precisión de los cilindros mientras que Siegbert Slobianka chequea el comportamiento de la caja de cambios durante las desaceleraciones para así descubrir por qué el propulsor sufre ese desagradable tirón cuando está a punto de detenerse. Un hecho inadmisible en un vehículo que ha de ser perfecto, sin fisuras ni errores, para así justificar los 2,4 millones de euros que cuesta cada una de las 500 unidades que se fabricarán de este Bugatti Chiron y que equivalen a 30 Porsche Panamera o a dos Ferrari LaFerrari...

Por eso, me encuentro rodeado de los mejores 'cerebros' de Bugatti, quienes someten a nuestro protagonista a las pruebas más exigentes en uno de los parajes más inhóspitos del planeta: el Valle de la Muerte, en California –EEUU–. "Tenemos que simular condiciones de conducción reales", afirma el propio Gericke, en un claro intento de convencernos de que no nos encontramos en la misma caldera del diablo.

Pero a decir verdad, tiene parte de razón ya que, al final, este modelo tendrá que acostumbrarse sí o sí a unas condiciones climatológicas extremas. Y es que uno de sus potenciales compradores reside en zonas desérticas y muy calurosas, donde el petróleo es parte del 'negocio familiar'.

VOLVER A EMPEZAR

A pesar de la peculiar estampa, el jefe de ingeniería de Bugatti Willi Netuschil se muestra completamente despreocupado. No es para menos. La firma francesa ha echado el resto en el desarrollo del vehículo. Sí, porque el Chiron es un modelo que ha partido casi de cero. Puede que en un principio pensaran en retocar ciertos puntos del Veyron, pero cuando se propusieron aumentar su potencia hasta los 1.500 caballos vieron que lo más rápido era volver a empezar. "Para ganar esos 300 caballos frente al Veyron Super Sport, no sólo construimos unos turbocompresores un 30% más grandes –monta cuatro–, sino que incluimos una gestión electrónica que los activa en dos fases", confirma Netuschil. Con esto, Bugatti pretende que la entrega de potencia sea lo más lineal posible, ya que desde la arrancada hasta las 3.800 revoluciones únicamente funcionan dos, y a partir de dicho régimen, se activa el otro par. Además, el bloque cuenta con un sistema nuevo de inyectores que introducen aire y combustible a presión en ocho cilindros. En total hay 32 micro inyectores de combustible y aire que introducen 60.000 litros de aire en el propulsor cada minuto. "En cuanto a tecnología, estamos en aguas inexploradas", concluye el ingeniero jefe.

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Un complejo esquema técnico que requería kilómetros y kilómetros de pruebas con nada menos que cuatro unidades pre-serie, cada una enfocada a un punto en concreto de análisis. En total, 6.000 caballos de potencia rugiendo por las sinuosas carreteras del valle más bajo de Estados Unidos. Un servidor ha pasado el día subido a la bautizada como PT5.10, con una carrocería bicolor en blanco y azul mucho más atrevida que la negra que está situada tras de mí. Al volante, Dennis Rohlfs, responsable del sistema de detección de fallos de la mecánica W16, quien circula a 110 kilómetros/hora, mientras el cigüeñal gira perezosamente a 1.500 vueltas. Una velocidad ridículamente lenta –es un cuarto de la máxima que puede alcanzar– que, además de asar lentamente al Chiron en un asfalto a más de 50°, permite observar cómo responde la refrigeración del vehículo. Un sistema compuesto por 10 radiadores, múltiples tomas de aire y dos difusores activos que está pensado para enfriarle cuando circula a velocidades altas. Pero aquí es todo lo contrario porque el sofocante calor no permite que una sola gota de aire enfríe nada, estresándole más que si fuéramos a 400 kilómetros/hora.

A nuestro ritmo, el Chiron se convierte en todo un objeto de deseo para las cámaras de los móviles del resto de conductores. De hecho en una de nuestras paradas, un australiano se apeó de su caravana con las manos en la cabeza y gritando "son... tres... no... ¡Cuatro Bugatti! Jamás había visto ninguno y ¡chico! aquí hay cuatro. ¡Increíble! Habéis mejorado mis vacaciones". Una alegría que contrastaba con la preocupación de Gericke, el responsable del diagnóstico de a bordo, quien intentaba encontrar de dónde provenía un olor un tanto desagradable y que, por suerte, no era de gasolina.

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Proseguimos nuestro camino de vuelta al campamento base. En ese momento se me ocurre insinuarle a Netuschil que pise a fondo. "¡No!", dice, "Aquí no. Las pruebas de alto rendimiento las reservamos para el circuito", finaliza. Toca esperar a la próxima entonces.

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