Dicen que se necesita una decena de 24 Horas vividas a pie de pista para conocer los recovecos del bosque y las pistas que te llevan a cada sitio en el menor tiempo posible, y apenas sumábamos esa cifra entre todos los miembros del grupo. La caminata se anunciaba larga, entre vallas, asfalto y barreras de neumáticos. Sin embargo, dos minutos después dimos con nuestra estrella Polar: "¡Magnussen, Magnussen, Magnussen!". De repente, dimos con una carpa enorme de la que salía este alegre canto de tono inequívocamente etílico, dedicado al padre del probador de McLaren. Habíamos dado con un destello de la magia de Le Mans mientras buscábamos una salida al laberinto de La Sarthe.

Éramos cuatro periodistas y no pasamos inadvertidos cuando llegamos a la puerta. Era una fiesta, un verdadero fiestón privado en medio del circuito. Organizado por Klejner, empezamos a ver carteles en danés con la foto de Jan Magnussen que, claro, estaba en el interior del recinto subido a una tarima frente a centenares de aficionados. Intentamos cazar la foto del piloto, eufórico a escasos metros de donde había empotrado su Corvette víctima de un fallo técnico a muy alta velocidad. Claro que nos pidieron que no disparáramos… y preferimos no hacerlo. Entendimos enseguida que lo mejor era integrarse en la fiesta, respirar ese ambiente de camaradería, gritar ¡Magnussen!

De acuerdo que Jan es un piloto muy particular, disoluto, caótico, y que probablemente por eso nunca mostró su talento natural en Fórmula 1. Pero la experiencia la tiene y el instinto también, por eso es rápido siempre que se le pone un volante entre las manos. Seguro que a él le entristece perderse las 24 Horas, casi tanto como a su también brillante compañero Antonio García, pero fue capaz de tornar su frustración en celebración en menos de un día. No se encerró en el hotel, ni se fue del circuito. Se fue a una carpa a gritar con la afición y eso, en el fondo, lo hace un poco más piloto. Le Mans es cada vez más competitivo, todo se decide por márgenes menores, se afina cada detalle con más dinero y más horas de dedicación, pero mantiene algo de las carreras de antes, que aún pude conocer y que tantos me han relatado con pelos y señales. Aquí es una realidad palpable, y es una experiencia que cualquier aficionado al motor debería tener alguna vez en su vida.

Los pilotos van a tope, la sala de prensa está llena a rebosar, pero da la sensación de que los pilotos están mucho más relajados. De acuerdo que las marcas, los equipos, aquí juegan un papel capital y que la persona, el piloto, pierde un punto de centralidad, pero su propio comportamiento es más natural. No es igual Nico Hülkenberg aquí que en un Gran Premio de Fórmula 1, por ejemplo. Ni Nakajima, ni tantas otras caras conocidas de la F1 que también corren en la mítica carrera de La Sarthe. En una tanda de entrevistas informales –así les llaman aquí–, todos los pilotos y directivos del equipo Toyota Gazoo Racing se pusieron a disposición de los periodistas, y el que escribe pasó más de 20 minutos con Alexander Wurz en una conversación relajada, en la que los titulares vinieron sin buscarlos y la reflexión estuvo por encima de ellos–durante el fin de semana publicaremos el resultado de ese encuentro–

Es evidente que los protagonistas llegan a Le Mans con una predisposición positiva a relacionarse con el público, la prensa y la propia prueba, y eso es algo que merece análisis por parte de los gestores de la Fórmula 1, porque en el Gran Circo no ocurre así. Y no es precisamente porque aquí haya menos gente… en la sala de prensa casi hay empujones para encontrar asiento.

De vuelta a la carpa de Magnussen, al rodearla nos topamos con una pléyade de tiendas de campaña ocupadas por la mayoría de los asistentes a la fiesta, algunos sin coche, otros con un TVR Tuscan, otros con un Rover Vitesse. Más allá dimos con un Ferrari 458 Speciale, y al lado moraba un Ford Fiesta. Le Mans es uno de esos sitios donde el aficionado es casi transversal, considerado como tal independientemente de su presupuesto, entrada o montura.

El desfile de pilotos, la Grande Parade como aquí la llaman, es una de las mejores manifestaciones de todo lo anterior, pero eso merece un capítulo independiente; el reglamento técnico de Le Mans se llevaría otro, y la gestión del ACO (Automobile Club de l'Ouest) frente a los participantes y a los asistentes, otro más.

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La abadía de la estrella: un día en los cuarteles generales de Mercedes AMG F1