Los propulsores turboalimentados habían debutado de la mano de Renault -pionera en los mismos- en el Gran Premio de Europa de 1977, celebrado en el británico circuito de Silverstone. Allí, el ‘RS01’, desarrollado por Andre de Cortanze, y caracterizado por su motor V6 de 90º, fue pilotado por Jean-Pierre Jabouille, que disputaba su segundo fin de semana con la escudería Renault Elf -tras la fallida participación en el GP de Francia-. Paradojas del destino, paradojas de la Historia y del futuro, Jabouille sería el primer piloto en conseguir subirse a lo más alto del podio impulsado por un propulsor turboalimentado pero para ello tendría que esperar dos temporadas más.

A lo largo de esos veinticuatro meses, Renault trabajó de sol a sol para desarrollar un propulsor que presentaba grandes problemas de fiabilidad. Valga como ejemplo de ello que la participación de Jabouille y Renault Elf en aquel GP de Europa concluyó antes de tiempo por problemas en el turbo y no volverían a estar listos hasta el GP de Holanda; sumando solamente tres eventos más antes de finalizar el año. No obstante, desde la casa francesa no cesaron en su empeño de hacerse un hueco en una Fórmula 1 que tenía como bandera los V8 y los ‘planos’ F12 que montaban Ferrari y Brabham.

Así, tras un trabajo intenso y minucioso durante la temporada 1978, llegamos a 1979 y Renault comenzaría a utilizar el nuevo ‘RS10’ con su propulsor turboalimentado mejor trabajado, el cual era capaz de proporcionar cerca de 520CV de potencia, en el GP de España celebrado en el Jarama. No sería hasta Bélgica cuando tanto René Arnoux, como Jean-Pierre Jabouille utilizaron el nuevo vehículo. Y el éxtasis iba a llegar siete semanas más tarde.

En la recta de meta y todos los rincones del trazado, los aficionados abarrotaban el borgoñés circuito de Dijon-Prenois y la escudería Renault-Elf, con sus monoplazas amarillos y blancos iba a hacer vibrar a los allí presentes. Jabouille y Arnaoux arrancaban desde los dos primeros puestos, monopolizando, en una loa a la patria gala, la primera línea de parrilla con los neumáticos Michelin calzados. Detrás, Piquet y Villeneuve recibían el aliento cálido e intenso del combustible emitido por los V6 1.5 Turboalimentados. Los semáforos se apagaron, el ralentí de los motores hizo vibrar el ambiente y el patinar de las ruedas, chirriantes predecesoras de la emoción que quedaba por vivir, levantó a los espectadores de sus asientos.

El genio en ocasiones, salvaje en sus movimientos en otras, Gilles Villeneuve superó a los dos monoplazas franceses en una arrancada perfecta. Con los brazos en máxima tensión y la mirada puesta en la grandiosa trasera del monoplaza italiano, Jabouille se preparó para estudiar a su rival y tratar de buscar una puerta entreabierta, una oportunidad de alcanzar la gloria tantas noches soñada. René Arnoux, en cambio, caía hasta una complicada novena posición dando el relevo a Jody Scheckter, que se situaba tras el primero de los Renault.

En un frenesí incontrolable, Arnoux tiraba de orgullo patrio y trataba de enmendar la mala salida. Sus primeras vueltas fueron de infarto, al límite, gas a fondo, rebufo y mirada perdida en los tubos de escape de sus rivales. En la vuelta 14, el francés, después de haberse desembarazado de Jones, Laffite, Lauda, un sorprendente Jarier, y Nelson Piquet, llegaba a la trasera de Scheckter dando buena cuenta de él al cruzar la meta y comenzar la decimoquinta vuelta a las colinas de Dijon-Prenois.

Colinas de subidas y bajadas, de curvas en apoyo y de subviraje extremo. Colinas que estaban a punto de vivir uno de los duelos más recordados -si no el que más- de la Historia de la Fórmula 1. Jabouille se acercaba, recortándole vuelta tras vuelta un tiempo precioso a Gilles y los doblados interferían en la lucha. Nos acercábamos a la vuelta 47 de carrera, en esas serpeantes subidas y bajadas galas y Villeneuve tenía que quitarse de en medio, con gran pericia, a numerosos monoplazas doblados, como el de Keke Rosberg o el Alfa Romeo de Giacomelli, que trompeaba justo delante de él.

Jabouille aprovechaba el rebufo del piloto canadiense de Ferrari y levantaba al circuito entero al superarle en la recta de meta. Puños al viento, miradas fervorosas y aún treinta y tres vueltas por delante. Pero el francés, criticado en ocasiones por no ser más que un mero piloto de pruebas, se aprovechaba de la fiabilidad inimaginable del ‘RS10’ -tras ver la bandera a cuadros en sólo tres carreras con anterioridad- para pilotar al límite, imponer su ritmo, dejar atrás al bravo Gilles y disfrutar de un paseo triunfal, digno de Napoleón.

Pero a falta de cinco vueltas para el final del 65º Gran Premio de Francia, René Arnoux -que estaba a punto de cumplir los 31 años y disputaba su primera temporada en la categoría- aparecía grande en los retrovisores del Ferrari 312T4 de Gilles. Allí, al inicio de la 75ª vuelta en las colinas de Dijon, comenzaba un duelo al milímetro, un duelo de héroes, un homenaje a aquella Fórmula 1 de vida y muerte. Tres vueltas más tarde, Arnoux conseguía superar al canadiense en la recta de meta pero Villeneuve no aflojaba y entraba en paralelo en la primera larga curva a derechas. Los espectadores alzaban los brazos soñadores al viento, el doblete totalmente galo podía producirse.

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Pero al inicio de la penúltima vuelta de carrera, el propulsor del francés fallaba ligeramente a final de recta y Gilles se lanzaba como un diablo al interior, quemando buena parte de sus neumáticos en el movimiento. La locura de esas dos últimas vueltas será recordada durante siglos. Ambos se llegaron a tocar en un vaivén de adelantamientos, interiores, derrapadas exaltadas y un griterío incesante a medida que iban pasando por las distintas curvas del trazado galo, a través de los cambios de rasante, en dirección a la eternidad.

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Siempre se recordará aquel 1 de julio como la jornada del más emocionante, delirante y estremecedor duelo mano a mano que dos pilotos han tenido a bordo de un Fórmula 1. Pero aquella jornada de verano, en las colinas de Dijon-Prenois, Jean-Pierre Jabouille regaló a Renault su primera victoria como motorista, su primer cajón del podio como equipo y el inicio de una historia que ha ido creciendo a lo largo de las décadas. La Marsellesa fue vociferada en cada rincón del trazado, Arnoux y Villeneuve se mostraron sudorosos y exhaustos y serían inmortales desde entonces… pero Jabouille consiguió la primera victoria de un motor Turbo y su sonrisa también merece ser recordada.