El cambio de tendencia era patente. Fernando Alonso finalizó el Gran Premio de Hungría en sexta posición. Bien cierto que era la segunda vez en la temporada que lograba acabar en los puntos, lo que no evitó el optimismo, la esperanza. Fernando había vuelto a ser competitivo, a rivalizar, a ver los imposibles menos imposibles.

Se sabía que las dos siguientes pruebas no iban a ser fáciles, que Spa-Francorchamps y Monza iban a sacar a relucir las peores cualidades del MCL-32 antes de que Singapur le devolviera a un ambiente más propicio. Pero quizás era difícil imaginar tal falta de competitividad.

El McLaren se defiende, cuando funciona, en clasificación. Es capaz de cargar las baterías y dar una vuelta al máximo. A pesar del siempre existente hándicap de velocidad punta, Fernando logró meterse holgadamente en Q2 y quedarse a unas milésimas de la Q3 a pesar de que la electrónica jugó una mala pasada.

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Alonso consiguió trazar la complicada curva de Pouhon a fondo. Al no levantar el pie del acelerador, la centralita no reconoció la curva, estando el resto de la vuelta perdida y entregando la potencia de forma errática. Bondades de la electrónica, bondades de tener que modificarla a cada curva.

Ya en carrera, Fernando volvió a hacer gala de sus mejores cualidades para con una gran salida subir de la décima plaza hasta el séptimo lugar. El primero de los mortales tras los inalcanzables Mercedes, Ferrari y Red Bull. Nico Hulkenberg no tardó en adelantarlo, algo a lo que Alonso contestó muy combativo, recuperando la posición en una preciosa maniobra a tres ante la presencia de Esteban Ocon. Fernando había venido a por nota, no a pasearse, y así lo demostró desde la primera vuelta.

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Desafortunadamente, no había mucho que hacer. El McLaren carecía de ritmo y aún más carecía de velocidad punta. Alonso fue perdiendo posiciones prácticamente a ritmo de una por vuelta y según iba perdiendo posiciones, la frustración y la impotencia crecían en Fernando Alonso, cuyo enfado y hostilidad se hacía más visible minuto a minuto en sus mensajes con radio.

Del “esto es embarazoso” al “no puedo competir”, pasando por el “no me deis diferencias, esto es un test” para finalizar con un tajante “no quiero más mensajes de radio hasta final de carrera”. Pura impotencia al ver cómo no solo era más lento que los pilotos de su alrededor, algo habitual en las últimas temporadas, sino que en esta ocasión ni siquiera podía defenderse y hasta pilotos carentes de talento como Palmer acababan por sobrepasarlo.

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La frustración era excesiva. Alonso sabía que su única posibilidad pasaba por añadir un poco de locura, un ingrediente donde la potencia no fuese tan importante. Pasaba por la llegada de la lluvia. Desafortunadamente, no era el día, y tras cerciorarse por radio de que no iba a llover y de que por su retrovisor no había más que un lejano Sauber, entró a boxes aludiendo problema de motor, algo sobre lo que difícilmente alguien puede llevarle la contra.

Al abandono lo siguió unas declaraciones en las que volvió a quejarse de la falta de potencia, de que le llegaban a adelantar antes de la zona de activación de DRS, declaraciones continuistas con lo escuchado por radio durante la carrera. Eso sí, ya con calma y tras la respectiva ducha y descanso, Fernando mandó un mensaje de gratitud al equipo, especialmente a los mecánicos que tanto se habían esforzado durante el fin de semana, afirmando que el fin de semana le había dejado un buen sabor de boca.