Circuito de Le Mans, 1955. El reloj marca las 18.30 horas y el Mercedes 300 SLR pilotado por la mágica pareja Juan Manuel Fangio–Stirling Moss lucha por liderar la prueba con el Jaguar de Mike Hawthorn e Ivor Bueb. Ambos se acercan justo antes de llegar a la recta principal para completar una nueva vuelta.

Sólo les separan Lance Macklin y Pierre Levegh, dos pilotos con vuelta perdida. Los cuatro coches coinciden en escasos metros, las gradas rugen, es la fiesta del motor por excelencia, la cita más importante del año y el espectáculo está siendo mayúsculo. Sin embargo, la historia del automóvil está a punto de escribir una de sus páginas más negras. Hawthorn se zafa de Macklin e inmeditamente decide frenar y entrar a boxes. Sorprendido, el piloto doblado realiza una maniobra evasiva precipitándose hacia el lado izquierdo de la pista, justo por donde los Mercedes de Levegh y Fangio habían comenzado a adelantarle. No hay tiempo para reaccionar, Levegh impacta a más de 200 kilómetros/hora y su coche sale volando literalmente hacia la grada.

Ese Mercedes 300 SLR termina con la vida de 82 espectadores y la del propio Pierre Levegh en el denominado “Desastre de Le Mans”. La marca de la estrella decide retirarse para siempre de las carreras.

13 años después de aquella tragedia, Werner Aufrecht y Eberhard Melcher, dos ingenieros y auténticos apasionados de los Mercedes, deciden transformar su afición en una preciosa manera de ganarse la vida. Insatisfechos con la decisión de la marca de no volver a tomar parte en ninguna competición automovilística, transforman en 1968 un molino abandonado, cerca de la localidad de Grossaspach, en un modesto taller y deciden preparar un Mercedes 300. En 1971 Aufrecht y Melcher culminan en Grosaspach el primer AMG de la historia, de ahí provienen las tres siglas que lucen hoy en día los Mercedes deportivos.

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DONDE LOS AMG COBRAN VIDA

Aquel 300 SEL privado vence a las primeras de cambio en las 24 Horas de Spa, un éxito que no pasa desapercibido en Stuttgart. La pequeña empresa de estos dos socios marcha por buen camino y en el 78 ya cuenta con 40 empleados, así que es el momento de buscar un sitio más amplio y cercano a Stuttgart. Ambos deciden trasladarse a Affalterbach.

Hoy en día, aquellos 40 empleados han pasado a ser más de 1.100 y AMG forma parte de Mercedes. Sin embargo, lo más curioso de pasear por su sede es que respiramos todavía ese aire de artesanía y tranquilidad tan propio de las empresas pequeñas.

A diferencia de las grandes plantas de Mercedes, Audi o BMW, en Affalterbach no encontramos altos edificios, ni un importante trasiego de gente, ni siquiera es un recinto totalmente cerrado. En esta apacible población alemana, sólo el sonido de los V8 firmados por AMG rompe la calma habitual. Basta con tomar la calle apropiada para observar los grandes deportivos de la estrella aparcados o sobresaltarse con las idas y venidas de coches camuflados, los modelos en fase de pruebas.

El acceso sólo está restringido en las diversas áreas de desarrollo, personalización y producción.

En estos departamentos se trabaja por separado mientras un equipo de mecánicos se dedica a preparar y mantener los coches –desde los destinados a los clientes hasta los que la marca emplea en competición–, los técnicos siguen el desarrollo de los futuros modelos, analizando los datos que ofrecen los instrumentos de medición y el banco de pruebas. En esta sala tuvimos la ocasión de ver cómo trabaja al máximo el propulsor del A 45 AMG gracias a un programa que recrea su uso en el Circuito de Nürburgring.

En el departamento de personalización, que cuenta con 45 personas encargadas, se customizan los coches atendiendo las peticiones personales, si llevas un color de tu jersey favorito –por ejemplo– te pueden hacer cada elemento del coche que pidas de ese color, tanto del exterior como del interior.

Por último, el trabajo en producción también es apasionante. En este área observamos como cada ingeniero revisa el proceso de ensamblaje de un motor que finaliza con la impresión de una placa realizada –de aluminio en el caso del SLS para aumentar su ligereza– que llevará eternamente su nombre grabado.

PLATO FUERTE

Después de recorrer cada uno de los departamentos, lo mejor del día estaba por llegar. Mientras el equipo de comunicación de Mercedes Europa nos hacía un breve repaso por los 45 años de AMG en la sala de prensa, Maylander y Schneider, ex pilotos del DTM, asaltaron la sala con una réplica exacta del Mercedes 300 SEL, el primer AMG –a la derecha–. Poco después tuvimos ocasión de subirnos en él y resulta de lo más curioso. A pesar de ser campeón de las 24 Horas de Spa, una prestigiosa prueba de resistencia donde se iba realmente rápido, conserva las cualidades propias de una berlina de la época. El enorme volante de madera, el cambio automático de cuatro marchas o los asientos de cuero contrastan con los arneses de seguridad, el bajo puesto de conducción o la jaula de la parte trasera.

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Sin duda, es un coche muy especial como también lo fue ya en nuestros días el E50, el primer AMG que produjo Mercedes después de adquirir la marca en 1996 y comparte filosofía con su primogénito. Pudimos disfrutar en carretera del colosal empuje de su V8 de 352 caballos desde un comodísimo puesto de conducción.

Una experiencia bien distinta fue la que nos brindó el CLK 63 AMG Black Series. Es un auténtico ‘purasangre’ de 507 caballos que exige concentración y buenas manos para ir rápido. Cada cambio en el asfalto se traduce al volante en una desviación inmediata de la trayectoria. La dirección es muy exquisita, precisa y rápida y en las curvas apreciamos un bastidor aligerado que logró forzarnos más de una sonsira con ese carácter tan marcado. No nos habíamos ido y ya estábamos deseando volver.

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Jose Carlos Luque

Experto y apasionado del motor y la comunicación en todas sus formas, recalé en Car and Driver a finales de 2007 y desde 2016 dirijo este site. Periodista de vocación y formación, conservo buenos contactos en el sector y trato de que la información que leas aquí sea la más inmediata, completa y veraz. Pero también realizo pruebas, comparativas, noticias, entrevistas... y en mis ratos 'libres' crío a tres niños pequeños que –con diferencia– es el trabajo más duro de todos los que he hecho jamás.