Piensa por un momento qué harías con 30.000 euros. ¿Un viaje a China con toda la familia, volando en Business y durmiendo en los mejores hoteles del país? ¿Amortizar la hipoteca para no dejársela de herencia a tus hijos? ¿Una reforma profunda de la casa? La verdad es que con cinco millones de las antiguas pesetas se pueden planificar muchas cosas y cumplir algún que otro sueño. Nosotros te proponemos unir ambas cosas, los planes y los sueños, de la mano del Mazda MX-5 RF y el Subaru BRZ. Vaya por delante que ambos coches son de capricho y tienen ciertas pinceladas de funcionalidad. El Subaru por ejemplo es un 2+2 plazas con un maletero que posibilita alguna que otra escapada de fin de semana mientras que el Mazda… el MX-5 es tan ‘egoísta’ que sólo permite a dos personas disfrutar de sus excelencias algo que, por supuesto, perdonamos.

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Es cierto que el RF –abreviatura de Retractable Fastback– es una versión resultona tanto por el conseguido y llamativo diseño de su carrocería como por el mecanismo del techo, el mismo que lo convierte en un práctico roadster al mantener pulsado el botón de accionamiento durante 13 segundos. Su funcionamiento recuerda al del BMW Z4 Hardtop y las tres piezas en las que está dividido se van separando y guardando en un compartimento específico para no restar volumen al maletero, una fantástica solución ya que, sin ella, diríamos adiós al escueto cofre del pequeño nipón. Por lo demás, el RF es idéntico a su hermano de techo de lona de accionamiento manual, salvo los 40 kilos adicionales que vienen impuestos por el propio sistema del techo.
Frente al Mazda, el Subaru se deja de florituras y apuesta por un enfoque más deportivo que el de su rival, apreciándose una mayor rudeza percibida en el manejo de cualquier mando. Diríamos, sin miedo a equivocarnos, que el BRZ es un vehículo del siglo XXI creado y desarrollado con los planteamientos de los deportivos japoneses de las décadas de los 80 y 90.

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Mejoras para todos

Para mantenerse fresco y lozano, el cupé recibe una ligera puesta al día, más profunda de lo que a priori creemos. A simple vista, el exterior parece idéntico pero cambian faros y pilotos –ambos ahora de led–, llantas y paragolpes mientras que de puertas para dentro, varían volante, salpicadero, asientos y parte de los guarnecidos. A nivel mecánico se mejoran partes como la suspensión, el cigüeñal o el árbol de levas con la idea de aumentar la rigidez y la fiabilidad de los órganos más importantes ya que este BRZ es un ‘aparato’ serio que permite ir muy rápido. Con un puesto de mandos bajo y tendido, el cuerpo sólo nos pide una cosa: ir al corte. ¿A por el pan? Por supuesto; ¿A por los niños? También; ¿A repostar? Faltaría más. Hablamos de un techo que ronda las 7.500 vueltas y al que cuesta llegar debido a la condición atmosférica del dos litros bóxer –un insistente pitido y una luz roja parpadeante nos avisarán de ello–.

El empuje, por tanto, es muy progresivo y siempre hay que girar alto de vueltas para aprovechar el par al máximo. Esta situación se repite en el MX-5, cuyo bloque carece de turboalimentación. Y aunque entre ambos existe una diferencia de 40 caballos, el Mazda consigue tener una respuesta muy parecida gracias a los 300 kilos que consigue meter de por medio al BRZ.

El bajo peso del Mazda anula por completo los 40 caballos de diferencia de potencia respecto al Subaru

Terreno de por medio

Si en términos de prestaciones la cosa está igualada –incluso los consumos son parejos, con unos 6,5 litros en conducción relajada y cerca de 10 en una más viva–, en dinámica sí hay diferencias de calado. Para empezar, el Subaru viene de serie con un autoblocante mecánico trasero tipo Torsen que se deja sentir con un sonido similar a un crunch. Son pocas las veces que entra a trabajar y cuando lo hace es porque se necesita poner orden en la estabilidad. A eso se añade el programa Track, que no varía la electrónica del motor o de la dirección, sino la de la actuación de los controles de estabilidad y de tracción. Si queremos que los 200 caballos los gestionemos mano a mano con el diferencial, entonces habrá que activar este modo que deja las ayudas latentes en caso de necesitarlas de urgencia, aunque podemos apagarlas con otro botón. Todo ello permite al Subaru ir muy rápido en curva con absoluta sensación de control.

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Frente a la finura del BRZ, el Mazda recuerda a los niños hiperactivos. El conjunto ligero facilita que el tren trasero sea inquieto y ni siquiera la ‘medicación’ de la electrónica consigue apaciguar ese estado de nervios permanente del biplaza. Pero que esto no te lleve a engaño porque el RF se comporta así única y exclusivamente si trazamos las curvas muy rápido. Basta bajar el ritmo para que la zaga suavice su ansia, algo que podemos acompañar con un relajamiento del volante, ya que la dirección es muy sensible a las órdenes mientras que la del BRZ es más firme.
Si hablamos de dureza, no podemos pasar por alto las cajas de cambios de los dos coches. Ambas tienen un tacto muy parecido y los recorridos y las relaciones se asemejan sobremanera, con unos desarrollos un poco más cerrados en el BRZ. El perfecto encaje al manejarlas, las palancas cortas y los pomos esféricos las hacen tan especiales que incluso reducimos una relación con tal de ‘saborearlas’ y eso que el ordenador de a bordo nos pide rectificar la decisión para no perjudicar el gasto.

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El BRZ pide cambiar a 4.000 vueltas pero, ¡qué demonios! Estíralo hasta las 7.000

Llámalo deseo

Visto lo visto, ¿ahora entiendes que digamos que está prohibido enamorarse de ellos? No nos queda otra que felicitar a Subaru y Mazda por crear dos automóviles capaces de sacar una sonrisa a la primera de cambio sin necesidad de ir al límite, ya sean las nuestras o las de sus chasis. Por cierto, ¿no tendrás 30.000 euros a mano para hacernos un préstamo exprés? Maldita sea, hemos caído en sus redes…

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