Volkswagen Polo y Ford Fiesta son tan populares que podrían tener su propia estrella en el paseo de la fama de Hollywood. Normal si tenemos en cuenta que han copado las listas de los modelos más vendidos en Europa hasta la llegada de los todocaminos urbanos como los Hyundai Kona, Kia Stonic y Seat Arona. A pesar de esto, siguen siendo tan importantes para cada marca que los esfuerzos por mejorarlos en cada generación se hace patente en cualquier detalle, como los de la sexta entrega del alemán y la séptima del 'americano'. No sólo eso. El cuidado en la fabricación y la calidad son tan sorprendentes si se comparan con sus coetáneos de hace una década que, cuando nos bajamos del Polo, tenemos la sensación de que hemos conducido el ‘todopoderoso’ Golf. Lo mismo sucede con el Fiesta respecto al Focus. Increíble.

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Una percepción influida por la presentación general de cada coche. En VW nos han acostumbrado a que cualquiera de sus automóviles esté unos puntos por encima de la media, y el Polo no defrauda, aunque echamos de menos unos plásticos de mejor terminación para los paneles de las puertas y el salpicadero. Nada más que criticar. En el Ford sucede lo mismo que en su rival, aunque el salto cualitativo es más significativo.

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La postura de conducción está más lograda que en el anterior modelo, el cuadro de mandos recoge la información de un ordenador de a bordo muy claro y, en general, el interior está bien estudiado en cuanto a ergonomía y funcionalidad. Prueba de ello es la pantalla táctil de ocho pulgadas, infalible por ubicación, manejo y rapidez. Ahora mismo, de los mejores sistemas multimedia del mercado, más si se completa con el magnífico equipo de audio de la firma Bang&Olufsen –paquete que, en total, cuesta 950 euros e incluye climatizador, GPS y la conectividad SYNC 3–.

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Más a su favor
Los puntos positivos del Fiesta se encuentran incluso en el apartado técnico, con una espectacular función de cambio automático de luces cortas a largas y viceversa, ya que trabaja constantemente de noche para no deslumbrar a los conductores que vienen de frente. También destaca el avisador de ángulo muerto –400 euros–, que recomendamos dada la reducida visibilidad posterior. El extra más curioso de los existentes es el protector de puertas que se despliega al abrirlas: una pequeña moldura de plástico negro evita los roces con los vehículos estacionados a nuestro lado –125 euros–.

El Fiesta monta unas 'gomas racing' de la firma Michelin y la gama Pilot Sport 4

En el Polo nos encontramos una situación muy similar a la descrita en el Ford, con multitud de gadgets y asistentes. Nada sorprende en general, y quizá eso es lo que nos gusta del VW, su ya característica sobriedad. Los mandos están colocados donde deben y la dinámica poco difiere de la del citado Golf. La dirección eléctrica es una delicia en la ciudad por tacto a pesar de ser poco informativa, tal y como le sucede al Fiesta. La suspensión es firme, aunque no llega al nivel de la versión GTI de 200 caballos, primando más el confort de marcha. Lástima que los neumáticos opcionales tengan tanto ancho, transmitiendo más ruido de rodadura del esperado.

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Al volante del Ford, la sensación de comodidad llega al nivel de su rival. La amortiguación tiene un enfoque similar y su carácter ratonero se aprecia principalmente en las zonas más retorcidas de las carreteras. Como el Polo, es subvirador.

El Polo permite viajar con mucho equipaje gracias a los 50 litros más de maletero

¿Con qué se mueven?
Bajo el capó, el Fiesta nos vuelve a sorprender por el empuje de su motor gasolina turbo tricilíndrico. La armonía general se rompe cuando las revoluciones caen por debajo de 2.000 vueltas. No hablamos sólo en términos de recuperación, bastante lenta en sexta, sino por la rumorosidad y las vibraciones que llegan al interior.

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El tres cilindros del Polo se muestra muy lleno gracias al mayor par disponible y eso que el Ford es más potente. Precisamente por eso y por otras razones, el VW consigue una autonomía mayor. Aunque los dos andan muy parejos en consumo, el germano toma la delantera apoyado en el modo Eco de la caja de cambios automática DSG de siete marchas que equipa, de funcionamiento agradable a costa de algún que otro tirón en las reducciones. Una transmisión, la automática, no disponible para este Ecoboost. Una laguna a mejorar y a la que hay que sumar la inexplicable ausencia de iluminación de xenón o de led.

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