Senna era único, dentro y fuera de la pista. Por eso, quizá, no le dolieron prendas para volver a acusar al entonces presidente de lo que otrora era la FIA, Jean Marie Balestre, de favoritismo por la polémica resolución del Mundial de 1989, cuando Alain Prost consiguió en los despachos el título que Ayrton había 'ganado' sobre la pista. El brasileño nunca lo perdonaría, y el de 1991 fue la última ocasión que tuvo para resarcirse con un mundial incontestable.

Aquella temporada Ferrari seguía sin poder salir de su crisis particular. Williams, junto con Mansell, Patrese y Renault, empezó a despuntar y anunciaba lo que iba a ser un dominio aplastante las siguientes temporadas. McLaren seguía en la cumbre y, pese al éxito de Senna en el mundial de pilotos, logró el de constructores con sólo 14 puntos de ventaja. Pero esta vez Prost no pudo repetir el triunfo de dos temporadas atrás. El pique con Senna seguía vigente, y algunos encontronazos tuvieron lugar en varias carreras, como en Alemania, donde el francés tuvo que salirse de la pista.

En Brasil, el público no podía contenerse cuando Ayrton logró convertir su inolvidable Pole en una victoria el domingo (la primera en su tierra con un Fórmula 1), aunque sólo tres segundos le aventajaron del segundo clasificado, Patrese. Los motores Renault acosaban con mucha fuerza, y Senna no dudó en ponerle las pilas a Honda, al declarar que sus motores no estaban a la altura de los Renault.

Japón era la penúltima carrera del año, y Senna lo tenía casi todo a su favor para proclamarse tricampeón mundial. Rodó primero gran parte de la prueba hasta que, en la última vuelta, cedió la victoria a Gerhard Berger, su amigo y compañero de equipo, que cruzó casi paralelo a él la línea de meta. Patrese llegó tercero, y Prost cuarto. Senna lo había logrado, una vez más. Desgraciadamente, ése sería el último mundial que el genial piloto brasileño pudo ganar.

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