El verdadero legado de Ayrton Senna tal vez comience en aquella jornada del 5 de mayo de 1994, cuando millones de brasileños salieron a las calles de Sao Paulo sin importar el color o la riqueza material de sus posesiones. Ciertamente, el astro paulista siempre mostró una especial preocupación por los más desfavorecidos de su tierra natal, a pesar de pertenecer a una familia pudiente, en la que su padre era empresario que comenzó con negocio de repuestos de automóviles y se elevó a riquísimo terrateniente –entre otros negocios-. Esto les permitía el lujo de llegar a vivir con criados a su disposición cada día en una ciudad de 15 millones de habitantes, por aquel entonces, entre los que la mayoría deambulaba en busca de un futuro mejor entre las miles de ‘favelas’.

La rebeldía de Senna -manifestada en muchos otros momentos de su trayectoria deportiva- se muestra desde el comienzo de su juventud. El brasileño debutaba en monoplazas en 1981, tras poner rumbo al ‘Viejo Continente’ y desembarcar en Gran Bretaña. Allí, un joven Ayrton ganaba la Fórmula Ford 1600 en su primera temporada con el equipo Van Diemen pero a finales de año, desde casa le instaban a volver a Brasil y ayudar en el negocio familiar. Milton da Silva consideraba que la carrera de su hijo no iba a llegar muy lejos. Ayrton obedecía…pero durante poco tiempo, como ya hiciera justo un año antes tras acabar la temporada europea de karting y apuntarse a una escuela de negocios.

El brasileño no quería mostrarse abiertamente en contra de la voluntad de su progenitor por lo que durante cuatro meses permaneció en su Sao Paulo natal ayudando en los negocios familiares. Pero la velocidad con la que fluía la pasión por el motor en sus venas, hizo que Ayrton volviera a pensar en carreras, en Europa y en un futuro como piloto profesional compitiendo donde lo hicieron ídolos, como Emerson Fittipaldi. De este modo, Senna se marcaba como objetivo dar el salto a la Formula Ford 2000 y su padre no aceptaba apoyarle económicamente en un principio.

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Senna a bordo del Van Diemen RF82 en 1982

A pesar de seguir creyendo que Ayrton no podría ganarse la vida en las carreras, Milton vuelve a respaldar económicamente a su hijo con la condición de que este le devolverá cada céntimo invertido desde entonces. Era 1982 y el brasileño endiablado se apuntaba el Campeonato británico y Europeo demostrando a su progenitor que podía seguir apostando por él, después de situar en primer lugar el ‘Senna’ -de su madre italiana- en vez del tan difícil de pronunciar correctamente para los británicos, ‘da Silva’. Fue un buen consejo de Chico Serra.

Es de esta época, en las antesalas de la Fórmula 1, tras su salto a la Fórmula 3 en 1983, cuando su nombre empieza a ser conocido por los equipos de Fórmula 1. Senna, que ya había roto su matrimonio con Lilian Vasconcellos en marzo de 1982, oficializó la ruptura en febrero de 1983 y ahora su mente estaba absorta en un único propósito, llegar a la Fórmula 1. Su duelo con Martin Brundle por el título británico de F3 de aquel año, del que sale vencedor, le pone en esa órbita.

Ayrton tuvo la fortuna -el destino, la providencia, fue caprichosa con él a lo largo de su carrera- de coincidir con Frank Williams en un avión en la temporada del 82’. Desde entonces, un joven Senna insistiría hasta la saciedad al británico para que le concediese la oportunidad de probar un F1. Voluntad férrea, inamovible. Donington, julio de 1983, esa sería su primera vez.

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Senna prueba el Williams FW08C en Donington en 1983

Ya en aquellos momentos, un Ayrton Senna plagado de sí mismo, con una confianza ciega en sus habilidades al volante y con la arrogancia de la juventud, trataba de vencer a toda costa en la Fórmula 3. Si era a través de ruedas más nuevas, bienvenido. Si era porque sus rivales tenían un monoplaza dañado, bienvenido. El carácter ganador del brasileño se traducía en -podemos decirlo así- un ansia por quedar por encima del resto en cada carrera, en cada momento, a toda costa.

El testimonio de Ron Dennis, que por aquellos años comenzó a saber de él, es clarificador: "En aquellos años, Senna tenía un comportamiento arrogante. Trataba siempre de tener una ventaja sobre el resto y de asegurarse que otros jóvenes pilotos no le hubieran dejado un coche dañado. Está claro que era bueno pero era aún muy joven y con esta actitud de ‘siempre tengo la razón’ no reunía muchas simpatías".

Dennis también vivió en sus carnes el casi desprecio que Ayrton demostraba ante una opción que él no hubiera considerado antes. "Me acuerdo de nuestro primer encuentro, pero no sé decir si él bus-caba una opción de contrato, un test u otra cosa. Yo estaba dispuesto a pagarle una campaña de Fórmula 3 si hubiese firmado con McLaren, pero lo rechazó porque quería tener independencia".

Genio y figura que tuvo con frecuencia las cosas claras y que prefirió mantenerse firme a lo que él consideraba lo correcto, firme a sus convicciones y a su manera de hacer las cosas antes que ‘esclavizar’ su devenir. Por supuesto, no siempre recibió lo que esperaba con este tipo de actitudes, Dennis asegura que se prometió no decirle cuánto le había impresionado favorablemente tras aquel test en el invierno del 83’...y así fue.

En Senna todo era todo hipérbole; desde sus acciones -a veces rocambolescas y arriesgadas- en pista, hasta los más de cinco millones de personas que le quisieron dar el último adiós en las calles de su Sao Paulo natal. Hipérbole de un héroe caído en el campo de batalla, allí donde más placer encon-traba. Allí donde en 1984, con Montecarlo como escenario, regaló una de las mejores odas al pilotaje que se recuerdan. Allí, donde su relación con Dios se hacía más estrecha si cabe. Ayrton era alguien realmente creyente pero -como con el resto de lo que le rodea- particular, con sus condiciones y a su manera.

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Senna a bordo Toleman TG184 en el GP de Mónaco de 1984

El piloto brasileño llegó a asegurar que cuando realmente le gustaban las iglesias era cuando no estaban abarrotadas de gente, "porque así me comunicó mejor con Dios". Senna pedía cita con Èl y Él le recibía. Egocentrismo y fe se conjugaban en la misma persona. Sin duda alguna, la experiencia mística por excelencia en su carrera deportiva se produjo aquella tarde de mediados de mayo en las calles del Principado.

En la clasificación del GP de Mónaco de 1988, Ayrton - a bordo de su MP4/4- comenzaba a mejorar vuelta tras vuelta, curva tras curva. El brasileño era imparable y no contento con haber bajado notablemente sus tiempos tras varias vueltas, siguió alcanzando límites, estando a punto de superarlos para siempre y sus palabras nos dan una idea de lo que experimentó Senna en aquellas vueltas de lucha contra sí mismo y en un vuelo -literal- sobre Mónaco.

"Recuerdo que iba más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por más de un segundo. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia. Tuve la sensación de que estaba en un túnel; no sólo el que hay realmente, sino que todo el circuito, para mí, era un túnel. En ese momento me sentí vulnerable. Había superado mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente: yo corría… y corría… Fue una experiencia espantosa. De repente me di cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista. Fue una experiencia que nunca más se repitió con tanta intensidad, y deliberadamente, no volví a permitirme llegar tan lejos".

Al día siguiente, tras 65 vueltas en cabeza, dominando con casi un minuto de ventaja, Ayrton sufrió uno de esos momentos de desconexión que mostró a lo largo de su trayectoria en algunas ocasiones. Sin duda, la concentración había disminuido y en Montecarlo eso se paga caro, incluso él, Príncipe del Gran Premio monegasco. "El accidente me dio mucho que pensar, me hice muchas preguntas. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano".

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Así quedó el MP4/4 de Ayrton Senna tras su accidente en el GP de Mónaco de 1988

En su obsesión por la victoria, Ayrton chocaría con muchos compañeros de profesión fuera y dentro de las pistas de la pistas. Nelson Piquet nunca llegó a bloquear su fichaje por Brabham pero Senna gustaba, con demasiada frecuencia, de ver enemigos donde no los había y el caso de su compatriota fue una de esas veces. Ayrton siempre defendería su propia tesis en la que "sabía que su intención final era hacer efectivo el veto a mi llegada y puedo entenderlo, tal vez yo habría hecho lo mismo". De hecho, Senna vetó a Derek Warwick como segundo piloto de Lotus pues era demasiado simpático y podría sintonizar mejor con los mecánicos del equipo que él.

Más tarde llegarían sus duelos, casi suicidas, con otros pilotos. Alboreto, Mansell y en especial con Alain Prost, con el que puso la guinda amarga y triste para el deporte en aquel Gran Premio de Japón de 1990 en el que el brasileño decidió terminar con la carrera de ambos para proclamarse bicampeón del Mundo de Fórmula 1. Admitió que no iba a dejar pasar a Prost en la curva 1 y que continuó acelerando consciente de lo que aquello implicaba. Su movimiento lo creía justificado tras el episodio de un año antes. En su mente, el mensaje a Balestre -presidente de la FIA en aquellos años- era claro: donde las dan, las toman.

La humanidad del mito era tal que necesitó de la llegada de Gerhard Berger a McLaren en 1992 para volver a sonreír en un box de manera habitual, según relata su jefe de equipo por aquel entonces. Otros como Jean Alesi también vivieron en primera persona el orgullo de Senna y su falta de capacidad para llegar a reconocer errores propios. Rodaban en Phoenix en 1990 y Alesi ostentaba el liderato a mitad de carrera, pero un inmisericorde Senna venía con su McLaren por detrás. Aun así, el francés de Tyrrell se jugaba el tipo en cada frenada y ponía en problemas al brasileño, que finalmente, con esfuerzo, lograba pasarle. A final de carrera, ya en el podio, Ayrton se justificaría con el novato: "me costó porque estaba a punto de cambiar de neumáticos". Hiperbólico ante situaciones inesperadas.

Un héroe para los suyos, consciente de las debilidades de su pueblo, de la marginación de los menos favorecidos y de la inexistencia de una clase media que era un sueño europeo. Ayrton Senna dedica parte de sus ingresos a ayudar a aquellos que viven en favelas en un inframundo que él nunca imaginó, ni en sus peores pesadillas de hijo de empresario y con criados las 24 horas del día. No obstante, el piloto es consciente de lo que le rodea cuando visita a sus familiares en su Brasil natal y no quiere desaprovechar la oportunidad que sus manos y su agresividad en pista le han dado para contribuir a hacer algo más llevadera la existencia de unos pocos de los tantos necesitados que habitan en la marginación.

Ayrton es consciente de que enarbolando la bandera verde y amarilla, símbolo de su país, consigue hacer partícipes de sus éxitos a aquellos que deambulan entre desperdicios y traficantes; a aquellos que sueñan con un futuro que no existe, aquellos que observan a su ídolo con una mezcla de admiración y envidia. Senna ofrecerá su lado más humano con sus conciudadanos y ellos le devolverán el gesto en la jornada del 5 de mayo de 1994, abarrotando puentes, farolas y aceras.

Una década sin muertes hasta ese 30 de abril. Una década en la que los pilotos no quisieron ver el fuego con el que jugaban en medio de un bosque de velocidad, éxito y glamour. Una década que terminó ese fin de semana en San Marino y que no se volvería a repetir jamás. La tragedia golpeaba a 214km/h la curva de Tamburello -tras el adiós de un casi desconocido, para la mayoría en ese momento, Ronald Ratzenberger, el día anterior a bordo de su Simtek S941- y el aliento quedaba contenido en las gradas y los muros.

La hipérbole de la tristeza y la congoja rodeó al astro brasileño en sus últimas 24 horas. Habló con su novia por aquel entonces tras retratarse con dos recién casados en el hotel donde siempre se hospedaba en Imola; pero cada uno de los gestos que realizaría desde que salió con su Williams del box hasta que arrancó su último Gran Premio serán recordados, analizados y soñados año tras año en un intento por descubrir cuál fue su último pensamiento, qué intención tuvo el destino aquella tarde.

Pasión milimétrica. Obsesión magistral. Trascendencia al volante y humanos errores. La figura de Ayrton Senna seguirá siendo modelo para tantos pilotos que sueñan con llegar alguna vez a vivir el ‘Gran Circo’ desde dentro, ahora que la seguridad ya es costumbre y los accidentes graves son ex-cepciones lógicas de un deporte de riesgo. La mirada perdida en sus últimos pensamientos en un intento de reconciliarse consigo mismo y con aquel con el que compartió la clasificación del GP de Mónaco de 1988.

El último movimiento de un casco legendario tras el impacto contra el muro san-marinense y el re-cuerdo, el recuerdo de generaciones que seguirán añorando y haciendo revivir al mito humano. "Si alguna vez tengo un accidente en el que pierdo la vida, espero que sea definitivo. Si vivo quiero vivir intensamente porque soy alguien intenso".