Nada menos que 100 ediciones de las 500 millas de Indianápolis se han disputado hasta la fecha, una prueba que se celebró por primera vez en 1911 en lo que entonces era un óvalo enladrillado del que ahora solo queda a modo de recuerdo el 'Brickyard', una pequeña línea con los ladrillos originales a la altura de la línea de meta que también hace tiene su función de santuario de peregrinación, donde el ganador debe besar tan particular suelo.

Desde la primera edición, solo la segunda guerra mundial evitó la celebración de una cita anual que siempre fue puntual. Tiene lugar el último fin de semana del mes de mayo, coincidiendo con el 'Memorial Day', el día homenaje a lo caídos y siempre con la característica de completar las 500 millas, un total de 200 vueltas al óvalo más conocido de cuantos existen, excepto en seis ocasiones en las que las condiciones climatológicas impidieron llegar a tal cantidad. Y nunca más de 500 millas, a excepción de lo ocurrido en 1995, cuando Jacques Villeneuve fue castigado siéndoles eliminadas dos vueltas, por lo que teóricamente se adjudicó la victoria con 202 vueltas completadas, si bien la Indycar decidió oficializar el dato de 500 millas, obviando esos dos giros extras.

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La Indycar tiene una gran diferencia respecto al resto de competiciones de Fórmulas del planeta y ésta es más abultada al hablar de las pruebas en óvalo, una disciplina que llegó a tener campeonato propio con la IRL y que logra a enamorar a sus participantes, llegando algunos pilotos a especializarse tanto que dejan de lado los circuitos convencionales.

Y es que los óvalos, a pesar de la simpleza aparente, son una descarga de adrenalina para el piloto, velocidad pura con vehículos en paralelo a escasos centímetros donde todo puede pasar, donde se puede ganar sin ser el favorito, sin ser el más rápido, fruto de la fortuna, de una buena estrategia o de evitar un gran accidente. La estrategia se vuelve trascendental, puede que más que en cualquier otra categoría del motor. Cuánto combustible cargar, qué neumáticos cambiar... Medio segundo de más cargando combustible puede resultar trascendental en la parte final de carrera.

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Es difícil explicar con palabras cómo de especial llega a ser una carrera que cobija en sus gradas a medio millón de personas, aproximadamente. Los pilotos se pasan toda una vida tratando de tallar su cara en el trofeo más especial del mundo del motor, algunos no lo consiguen, otros cuando lo hacen, declaran que su carrera deportiva ahora sí está plena.

Muchos consiguen repetir triunfo, pero ninguno ha pasado de cuatro victorias, y solo cinco han conseguido encadenar dos consecutivas. También muchos son los ganadores que han pasado por la Fórmula 1, sin ir más lejos, los dos últimos, Alexander Rossi y Juan Pablo Montoya, el segundo ya con dos triunfos en su haber, conseguidos en el año 2000 y en el año 2015.

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Resulta imposible compactar en un artículo todos los momentos especiales que ha deparado la prueba. Hemos visto a un padre y a un hijo compitiendo en el equipo del abuelo y luchando a la par por la victoria, pero también malas jugadas del destino como la colisión sufrida en la última curva de la última vuelta por un líder de carrera que dejó en bandeja el triunfo a Dan Wheldon, que tristemente perdió la vida ese mismo año en otro accidente.

  • Velocidad media, rozando los 400 kilómetros por hora

También resulta complicado trasmitir con palabras la velocidad que se alcanza en el óvalo, pero basta con decir que para conseguir la pole position en 2016, James Hinchcliffe completó un promedio de cuatro vueltas a 371,37 kilómetros por hora y que en 2013 Tony Kanaan ganó la carrera completando las 500 millas a una velocidad media de 301,64 kilómetros por hora, incluyendo neutralizaciones por el coche de seguridad así como las obligatorias paradas en boxes. El récord de vuelta continúa establecido en un promedio de 379,889 kilómetros por hora, logrado por Eddie Cheever, ya que en óvalos se usa más la velocidad media que el tiempo cronometrado.

  • Un trofeo a la altura de la carrera

Una carrera tan especial también requiere un trofeo acorde, como lo es el Borg-Warner, una copa de monstruosas dimensiones en la que cada año se talla la cara del ganador de la prueba, que pasa a acompañar a los anteriores ganadores, recibiendo el piloto una réplica a escala.

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  • Celebración característica

Las 500 millas de Indianápolis también tiene su particular celebración, única y fácilmente identificable e iniciada de forma algo accidente por Louis Meyer, quién tras ganar en 1936 pidió leche para beber, momento en el que un fotógrafo inmortalizó la instantánea de Meyer bebiendo leche de la botella. Más tarde dicho gesto fue usado con motivos publicitarios, convirtiéndose en tradición hasta nuestros días. Sólo Emerson Fittipaldi osó a romperla en 1993 cuando el brasileño prefirió el zumo de naranja que él mismo vendía, algo que le costó la impopularidad en el país norteamericano.

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Pero como las imágenes suelen ser más representativas que las palabras, aquí una muestra de momentos muy especiales sucedidos durante las 500 millas de Indianápolis.

  • 2006 - Andretti, Andretti y Andretti contra Sam Hornish jr.
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  • 2011 - Al muro en la última curva de la última vuelta

  • 2012 - Lo que Takuma Sato estuvo a punto de conseguir

  • 2007 - Un final pasado por agua
  • 1992 - Andretti lideró la totalidad de la prueba hasta que la mecánica dijo basta. Esto dejó el final más ajustado de la historia.

  • 1982 - Cómo no empezar una carrera de 500 millas

  • 2016 - Las cuatro vueltas más rápidas de la historia

  • 2005 - Duelo Dan Wheldon con Danica Patrick
  • 2013 - Indylights y el final imposible
  • 2016 - Tampoco es Indianápolis, pero un final de estas características muestra el potencial de las carreras en óvalo

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Sergio Martínez

Experto en Fórmula 1 y Motorsport, especializado en el mundo de las carreras y la competición a motor, la cual lleva cubriendo más de una década en diferentes medios del sector. Obsesionado de las categorías de formación y desconfiado por naturaleza de todo lo que le cuentan.