El Mini actual se ha convertido en una especie de‘bara de medir’ automovilística contra la que pretenden competir la mayor parte de los fabricantes que lanzan un vehículo en su mismo segmento. Éste el caso de Citroën, que desafía al Mini con sus especialísimas versiones DS3. Para la ocasión, el fabricante galo se ha puesto sus mejores galas, encargando tan especial versión al departamento de competición de la firma: Citroën Racing.

Inicialmente concebido como una serie limitada, finalmente se ha decidido fabricar 2.000 unidades al año, de las cuales 60 llegarán a España. Para empezar con el proyecto, el citado departamento de rallies galo amplió el ancho de vías delantero del DS3 y redujo la altura de la carrocería en 30 y 15 milímetros respectivamente para permitirle digerir con facilidad el suplemento de ‘vitaminas’ que iba a recibir gracias al ‘explosivo’ propulsor 1.6 turboalimentado desarrollado en combinación con el fabricante BMW. Por su parte, Mini decidió vestir ‘de calle’ a su modelo de la copa Mini Challenge, una declaración de intenciones del tipo de vehículo que tenemos entre manos.

Pese al paralelismo mecánico y prestacional existente entra ambos modelos, la realidad es que se trata de automóviles muy diferentes. Mientras que el Citroën DS3 Racing podría compararse con un GTi tradicional –un coche rápido pero también usable–, el Mini John Cooper Works sería una variante R del Mini, mucho más radical que el pequeño francés y también mucho menos funcional y ‘usable’ por lo ‘extremo’ de su planteamiento, sobre todo si la unidad cuenta con el kit opcional de suspensión deportiva y altura de carrocería rebajada como la de esta prueba.

PARA INICIADOS...

Basta con tomar asiento en el Mini JCW –más bajos, tendidos e incómodos que en el DS3– para darnos cuenta de lo que tenemos entre manos. El motor arranca con un bufido metálico que delata que se trata de una preparación muy especial, de hecho se ha tomado como base el propulsor del Cooper S –184 caballos– pero adecuadamente aditivado para la ocación, con las zonas más sensibles reforzadas y aligeradas.

El gran secreto de esta preparación reside en el turbo, que ha recibido una vuelta de tuerca que incrementa la presión de soplado de 0,9 a 1,3 bar.

Además, cuando pisamos a fondo se activa una función de overboost que nos permite recibir casi un 10% más de par durante algunos segundos. De hecho, en el Mini la sensación en plena aceleración es la de activar un botón de hiperespacio, las cosas se suceden demasiado rápido e incluso podemos llegar a tener dificultades para corregir constantemente los ‘tirones’ de la dirección a la vez que vamos engranando marchas; sobre todo si hemos activado un pequeño botón junto a la palanca de cambios que hace que la dirección y el pedal del acelerador sean aún más sensibles.

A CÁMARA LENTA

A bordo del DS3 las cosas son diferentes. Podemos ir casi igual de rápido pero todo transcurre con más calma y el coche no es tan extremadamente exigente con el ‘piloto’. De hecho, un conductor medio se sentirá más seguro y probablemente marque mejores tiempos a bordo del citado DS3.

Otro de los aditamentos mecánicos que marca diferencias es el cambio; el del Mini es algo ‘tosco’ y no es excesivamente agradable de manejo, además cuenta con unas relaciones excepcionalmente cortas que nos obligan a manipularlo con demasiada frecuencia; algo que también sucede en las velocidades iniciales del Citroën, pero luego tiene dos marchas finales desahogadas que nos permiten viajar con comodidad y contener consumos.
Una de las principales dificultades en el desarrollo de estos vehículos reside en asegurar la capacidad de tracción. Transmitir hasta el asfalto los más de 200 caballos a través de los neumáticos delanteros es un ejercició complicado en el que la electrónica cobra una importancia vital. El Mini dispone de un control de estabilidad/tracción muy evolucionado que además hace la función de autoblocante actuando sobre las pinzas de freno delantero. Si lo dejamos activado descubrimos que resulta bastante permisivo en las derrapadas, mitigando las constantes pérdidas de tracción al dar gas a la salida de las curvas.

El Mini mucho más exigente con el conductor e incómodo con los ocupantes, el Citroën demasiado llamativo en su imagen pero eficaz y fácil de conducir.

El del Citroën, también desconectable, no está tarado de forma tan permisiva, y es conveniente desconectarlo si queremos realizar una conducción verdaderamente deportiva y con relativa tranquilidad, pues el coche es más permisivo con nuestros errores. Al límite sus reacciones son menos violentas, deslizando con suavidad sobre el asfalto, y podemos abrir gas con mayor confianza, pues el motor es más elástico y menos puntiagudo, lo que hace que los caballos lleguen con mayor suavidad y se transmitan hasta el asfalto de forma más progresiva.

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